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OBITUARIO Agustín, el delegado

No sé si fue suerte o desgracia, pero me inicié en este mundo del periodismo cuando preguntar por Agustín tenía que ir acompañado por apellidos. No es que hubiera más personas que se llamaran Agustín que ahora, seguramente habría hasta menos, pero había dos que eran especiales. Que tenían mucha trascendencia pública en aquellos años ochenta de cambios y "agustines".  Cuando Lanzarote experimentaba la democracia pero también la demagogia y la eclosión turística. Y todo no eran rosas (Aunque a uno de los Agustín le encantaran y al otro le produjeran dolores de cabeza). Uno de ellos tenía púlpito y micrófono y el otro un partido y un gobierno.  Del primero hablé ( y escribí) cuando murió hace algo más de seis años a los setenta y poco años también. Ahora, quiero hacerlo del segundo, de Agustín Torres, que partió ayer para el destino sin retorno, después de setenta y cuatro años de vida y los últimos dieciocho  aquejado  de las dolencias propias de una enfermedad que le arrebató  parte de su movilidad y capacidades pero no su ilusión de vivir y compartir esa sonrisa suya, tan  pícara y sincera. Agustín Torres García  deja su historia escrita con rosas socialistas y perlas (no todas buenas) políticas y de poder. También dejó parte de la historia de Lanzarote escrita en un libro que leí con su dedicatoria incluida. Un pequeño libro que recogía sus conocimientos de historiador arropados con su experiencia de profesor de esa especialidad.  Pero fue, sobre todo, el fundador en Lanzarote del partido socialista, arengador de la izquierda en los tiempos no tan nuevos, y delegado del Gobierno en Lanzarote donde entró con Felipe González ( y se mantuvo gracias a su amigo Alfonso Guerra) y salió ya en el poder  Aznar, al que sirvió sin querer ni poder, postrado en la cama,  por el golpe que le sorprendió en su último acto público.

Los años del partido fueron gloriosos. Con un PSOE que bajo la estela del cambio de Felipe González dejaba en Lanzarote también la semilla del poder. El Cabildo, el Ayuntamiento de Tías, el de Haría, el de Teguise (aunque este lo birló Dimas en un santiamén), el senador, todos desbancaban a la UCD para recibir al PSOE. y Agustín, feliz, se escarrancha en la Delegación del Gobierno y allí siguió. Pero las cosas fueron cambiando con los años.

La agricultura se moría, Dimas emergía como un torrente, la droga cabalgaba por los barrios y las madres de los yonquis empezaron a ver morir a sus hijos. Los culpables dejaron de ser la droga, los traficantes, el trasfondo social, la complejidad nueva de una isla que se inventaba  a sí misma para sacar del sector primario un potente sector servicios, con turistas en tanga al lado de mujeres con sombrera y pañuelo.  El culpable, a partir de ese momento, empezó a tener nombre y apellido. Lo decían los medios, los rivales políticos, las madres y, sobre todo, el político emergente. Y Agustín, impotente, se fue encogiendo, sin perder la risa pícara, pero sin ganar espacio social.  Fue perdiendo hasta predicamento en sus filas, que veían que se les iba el poder y Agustín se convertía en diana y punto débil. Fue muy duro, durísimo para Agustín.

Pero todavía fue más duro para él y para sus amigos y para quienes le conocimos verle sufrir todos estos años atrás.  Alejado de aquellas cosas que disfrutaba como nadie. Aunque contó siempre con la ayuda y compañía de una mujer que se merece un monumento.

A ella y al resto de su familia, mi más sentido pésame.

    

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