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El momento de la palabra y el discurso (1)

Un Cabildo para gobernar, un pleno para discutir  (3)

Todos ya estaban sentados, pasan seis minutos de las seis y media  de la tarde de autos, del lunes veintidós de junio, y empieza el secretario con su voz engolada, que no "engodada",  a recordar los principios por los que se rige una toma de posesión de consejeros.  Habla de la mesa de edad y de las funciones con las que se enviste para darle legitimidad al acto de jura y se repone a la máxima autoridad de la institución.

El joven Benjamín, perdonen la redundancia,  pero no es epíteto sino nombre propio el sustantivo, de Ciudadanos, y Juan Manuel Sosa, de Nueva Canarias Frente Amplio ( que en realidad es corto y mal avenido), ganan protagonismo: uno, el Benjamín, por ser el más joven (evidente) y el otro, Sosa, por ser el mayor (que no cáustico, que no lo es o no lo parece). Ambos son los únicos representantes de sus partidos y junto con Manuel Cabrera, del PIL ( o de lo que queda de él) conformarán el Grupo Mixto,  aunque este último está más pendiente de volar al Grupo de Gobierno que de hacer migas con el más joven y el más viejo del plenario.  Después de repartidas las medallas, y los juros y prometos, con comentarios al margen e imperativos legales incluidos,  y la proclamación de Pedro San Ginés como presidente, por tercera vez,  del Cabildo de Lanzarote, llegó el momento de las palabras. El de los hechos se hará esperar un poco más.

El orden, volvió a recordar Francisco Perdomo, secretario general, sería de menos votado a más votado. Así volvió a ganar protagonismo un consejero con cara de niño, traje de hombre, y contundencia de camión sin frenos.  Aunque me pareció enormemente desacertada la elección del tema de las viviendas vacacionales para el discurso con el que perder la virginidad institucional, no dejo de reconocerle el gancho que puede tener entre su electorado su forma de comunicar abrupta, que brota de él a borbotones, en un ahorro de nexos, que me temo hasta intencionado, para conseguir una retahíla de adjetivos cada vez más destructivos de la forma más bruta y concentrada. Me gusta su atrevimiento y, quizás, también, su inocencia. No agotó los cinco minutos pactados. Como buen calculador, y hombre de números, soltó sus ganchos de izquierda y derecha de forma explosiva y se retiró a su rincón, quizás un poco impresionado por el escenario  y por el hecho de que tuvo que romper el hielo y abrir el turno de intervenciones, pero se le ve especialmente motivado. Dará guerra, seguro. Ya, en la primera ocasión, tuvo tiempo de tratar de traidores a los que entiende sus rivales del gobierno y no se quedará en eso. Habrá que seguirlo.

Dejado atrás el Benjamín, la sombra del mayor de la corporación se hizo más presente porque, a pesar de que les diferencia unos treinta años de experiencia vital  apenas les separaron unos quinientos votos.  Juan Manuel Sosa, como buen médico de cabecera que es, prefiere dejarse llevar por el historial que por el apasionamiento de la época  y tiró por el camino del medio. Mostró su orgullo por estar entre los vivos, entre los que superaron el corte de las elecciones, y tuvo palabras de reconocimiento para los miembros del gobierno, PSOE y CC, por ser capaces de superar sus diferencias y poner las bases para un gobierno insular.

A nadie se le esconde que Sosa no lo está pasando bien en sus filas, donde ha recibido presiones para que ahuecara el ala en el Cabildo y dejara el sillón, la medalla y el protagonismo al huracán de norte, a Pepe Torres, que vencido en su territorio hariano soñaba con plantar batalla en el Cabildo. Pero todo hace indicar que lo tendrá más difícil de lo que él creía para salir de la cueva que se lo tragó después del batacazo electoral. Tampoco a nadie se le esconde que Sosa está más interesado en recibir una señal cómplice del gobierno insular que un jugador de envite en una mano en la que va ciego.

Si Juan Manuel Sosa está en un sin vivir en él esperando la dichosa llamadita que le prometen desde CC, Manuel Cabrera (de lo que queda del PIL) tiene ya hasta agujetas de tener un pie en la oposición y otro en el gobierno. Está el chico un poco qué sé yo de tanto remeneo pero con esas quejas no puede estar todo un hijo, el único además, de un puntal como el Pollo de Tías que sí que tuvo que salir más que molido de sus agarradas en los años cuarenta y cincuenta, donde sus maestría era contrarrestada con los apretones de los farallones de la época.

Aunque sus aspiraciones están en el gobierno, Manuel Cabrera construyó su discurso desde la oposición y lanzó sus puyas al Gobierno. Y él, aunque los desmemoriados se atrevan a decir que los consejeros nuevos son diecinueve, sabe, al igual que yo, que ya fue consejero del 2007 al 2011, donde gobernó primero con los socialistas, que terminaron por mandarlo, junto con sus compañeros del PIL, a la fría oposición, y desde está se sumó a la censura que dio en tierra con Manuela Armas y puso de presidente al mismo que tiene ahora enfrente. Gobernó con el PSOE, tuvo tiempo para estar en la oposición y gobernó después con CC. Y ahora quiere el no va más que es gobernar con los dos juntos. Y lo conseguirá. Y ya.

Pero, aún así, decía, Manuel construyó su discurso de cinco minutos y crítico, cuestionando la política que se hace en Lanzarote y poniendo de ejemplo los logros de los majoreros, que cambian las guerrillas de partido y mediáticas por puentes, carreteras y auditorios. En su tono sonoro, relajado y natural, con la voz que corresponde a un hombre de su tamaño y peso, repartió con contundencia y acierto la critica recopilada en una lectura selectiva de hemeroteca local. No tiene la profundidad de Fabián Martín pero ni falta que le hace.  Junto a la crítica, buscando un equilibrio entre lo que no quiero y lo que quiero, soltó píldoras del tamaño de bombones, difíciles de tragar pero con un buen sabor en boca, como cambiar el aeropuerto de lugar para aprovechar su actual ubicación para construir un hospital o ciudad deportiva, que seguro que serán del agrado de los vecinos de Playa Honda y Puerto del Carmen, aunque me imagino que a la alcaldesa de San Bartolomé no le gustará mucho perder una de sus principales fuentes de ingresos.

Manuel, digo, se ve más en esa estrategia de su partido ( lo que queda de él) de tocar gobierno aunque sea para bien, que estar allí con los Podemos, Somos y Ciudadanos presumiendo de verborrea revolucionaria. A él le gustan más las cuentas que los cuentos y la oposición ya se sabe que es el lugar para los idealistas y no para los contables.

Bueno, mañana más.

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