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¡Dinamiza, no polemices!

Salir de la zona de confort, por muy limitada que sea, cuesta. Y pasa en los retos personales y pasa mucho más en los retos colectivos, públicos y sociales. Siempre aparecerá el balayo que considerará, desde el sofá que aplasta a todas horas, que es mejor seguir así. Sin dar golpe, sin esperanza, sin más horizonte que el cojín sudado que huele sin sentir desde hace tiempo mientras recibe la caricia desganada de una esposa aturdida y de unos hijos desnortados. Pero todo va bien. Desde el sofá, cualquier movimiento, aunque sea en la buena dirección, es un sacrificio descomunal. El simple hecho de darse la vuelta ya deja marca en una piel entumecida en la indiferencia. Está en su zona de confort. En la miseria, en la apatía, pero en su zona de confort.  Este ya encontró la manera de culpar al mundo de sus males, de alabar su decisión de esconder su cuerpo entre dos cojines, en un sofá tan vencido como él. No le pidas nada: no quiere. En poco tiempo, serán su mujer y sus hijos los que querrán salir de su vida para labrarse un futuro antes de que el sofá se los trague a todos.

Así está Arrecife. Patas arriba, desnortada, llena de oráculos del buen sofá, que lejos de empujar en el buen sentido critican cualquier movimiento. No quieren moverse. Desde que se les plantea el mínimo avance se amulan. Escupen, caldean el ambiente, se arriman a los que viven de la cizaña desde el mayor desconocimiento, los que vislumbran el futuro como una vuelta al pasado. No quieren aprender, sólo criticar. No quieren avanzar, sólo criticar. No quieren mejorar, sólo ganar. Y todo ello, desde el sofá, sin poner en riesgo nada, sin comprometerse a nada, sin hacer el mínimo esfuerzo por nada. Y así les va. Y una ciudad así da, después, políticos así, de sofá, sin ganas de avanzar, sin objetivos para mejorar, asustadizos y canijos. Y no, eso no vale ya. EL sofá ya no aguanta. Cada vez pesa más la loza del cuerpo inerte, cada vez están más raídos y viejos los muelles del sofá excusa.

En Arrecife, ya se no teme a los coches. En Arrecife ya no se teme al ruido. En Arrecife, ya no se teme a la contaminación. En Arrecife, ya no se teme al tráfico. En Arrecife, ahora, se le tiene miedo a la gente que camina, a los niños que juegan, a los jóvenes que patinan, a los mayores que pasean, a las parejas que se besan con la tranquilidad que proporciona el contagioso murmullo de la alegría desnuda. Arrecife, me apena, le tiene miedo al futuro, a sus semejantes, a modernizarse y contagiarse del ambiente tranquilo donde ciudades como Oviedo y Vitoria son referencias en el estado español de una tendencia universal. Sinceramente, no puedo creerme que gente que considero inteligente, formada y viajada quiera desaprovechar la oportunidad que ofrece la Avenida de Arrecife para poner la primera piedra del Arrecife que queremos. Que nos acerca al mundo, que nos acerca, de forma distendida, a nuestros vecinos y vecinas. Un espacio intergeneracional que sólo puede despertar sospechas en los del sofá.

Escapen de la polémica y dinamicen. Aceleren el proceso gastándose unos duros o euros en dinamizarla con ganas. Apuesten por atraer a la gente a disfrutarla, a vivirla, a sentirla, a compartirla. No cedan ante los del sofá. No hay sofá para todos. Todos estaremos mejor en la Avenida, ya lo verán. ¡Aguanten, coño! Peleen por una vez algo que tiene sentido. Será la primera piedra, sólo eso, pero si no ponemos esta, no pondremos tampoco otras más complejas.  Quiero la Avenida de Arrecife abierta de par en par  a la ciudad, a la gente, al futuro.

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