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Complacencia

Se miran al espejo y no se ven a sí mismos sino a su superego. Están convencidos de que Lanzarote y sus administraciones han tenido una suerte inmensa al encontrarse con ellos. Se consideran el no va más del no va más del no va más del no va más más no va más del no va más. Los ves caricaturizados de los que se consideran avalados por unos resultados que se repiten en todas las zonas turísticas españolas por la gracia del boom turístico que tiene España, por ese montón de factores comunes que arrastran también las desgracias de destinos competidores en las riberas mediterráneas. No importa. Escriben sus perfiles como si Lanzarote fuera una excepción dentro de esa realidad contrastable, perfectamente visible en todos los medios de comunicación, y como si el turismo en Lanzarote no hubiera cumplido ya cincuenta años de presencia exitosa. A veces, desgraciadamente exitosa, que nos ha llevado a sobreexplotar unos recursos sólo para atender las ansias de algunos y llenarnos de obligaciones y empeorar nuestros servicios públicos. Pero en su mundo de yuppies, esas cosas no existen.

Los ves, y se miran, como si fueran el resultado de una promoción fruto de la excelencia que reinventa Lanzarote para llenar de calidad y bienestar a una isla. Pero no ven, siquiera, su propia trayectoria. ¿ Qué han hecho hasta que nos hicieron tan afortunados cobrando del erario público sueldos y privilegios que no tuvieron en sus trabajos anteriores? ¿Qué hicieron antes, dónde están las empresas que gestionaron antes, o los servicios que prestaron antes? ¿De dónde les viene esa excelsa valía que presumen cuando sus cargos han sido remiendos o zurcidos hechos a la propia administración por compañeros y amigos suyos? Presumen a boca llena de los éxitos, del plus que aportan a Lanzarote, de sus gestiones de órdago y de sus buenos resultados económicos. ¡ Qué bien se jode con picha ajena!

Llenan de anglicismos y tecnicismos sus intervenciones públicas buscando más el elitismo que compartir conceptos con la población y el sector. Están entusiasmados con haberse conocidos a sí mismos. Son unos grandes triunfadores, le han dado la vuelta a su consagrada mediocridad para sentarse a disfrutar las mieles de un triunfo que es claramente coyuntural. Pero, después, no resisten la mínima prueba del algodón.

Un ejemplo, quizás el más reciente pero no el  más significativo, se cayó por su propio peso en la jornada de turismo digital de Telefónica. Allí pudimos ver  cómo mientras los empresarios abrían el arco de las demandas, de las necesidades, el sector público aprovechaba la oportunidad para volver a venderse, para exhibir el superego, y hablarnos en tecnicismo y anglicismos lo que Lanzarote apuesta por el turismo del futuro y por el turismo digital. Bla, bla, bla. Y más bla, bla, bla. Hasta que un empresario del sector dice, como quien no quiere la cosa, que cómo se va a los "smart  hoteles" si las principales zonas turísticas de Lanzarote no tienen todavía ni fibra óptica.  O sea, que cómo los hoteles van a garantizar a sus huéspedes la comodidad digital que disfrutan en sus casas si no tienen cómo llegar a internet con una mínima calidad. Entonces, el bluf de consejeros, consejeras, directores y consejeros delegados navega a toda vela. Son eso, unos afortunados. ¿Dónde iban a encontrar otra isla que les permita como Lanzarote sacar a pasear su superego mientras les paga una millonada por cuentistas? ¡Qué suerte tenemos!

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