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El ordeño a la calamidad del covid

Los gurús del marketing y la planeación estratégica apuntan a sacar el máximo provecho de situaciones adversas rentabilizando las oportunidades que de ellas se desprendan para crecer o sobrevivir. Empresas sin mercado, por tanto, sin productos o servicios que ofrecer, no tienen razón de existir. Nos guste más o menos, es la realidad de la economía de mercado. 

Claro, dependiendo de cuál sea la situación adversa porque para encuadrarlas todas en la búsqueda del estricto objetivo del lucro, entiendo, no habría que verterlas todas en la misma olla del sancocho, sobre todo si trata de entidades con misiones puramente sociales. La educación de casa  asoma y me recuerda la trascendencia en la colectividad que tienen nuestras actuaciones diarias en el ejercicio del rol que desempeñamos en la sociedad.

De esa andanada de frases que recibimos por whatsapp, recapitulo una que el primer mes de pandemia expresaba algo así como que “se esperaba que los pobres saquearan los supermercados y resulta que fueron los gobiernos los que saquearon a los pobres”, en referencia a irregularidades comprobadas de millonarios sobrecostes en la compra con dinero público de pírricos mercados que luego fueron entregados a familias colombianas empobrecidas y desatendidas.  En Barranquilla la desvergüenza llegó a tal punto que los mercados solidarios “donados” por el municipio se entregaban en pequeñas mochilas que llevaban impresa la foto del alcalde y un texto que ponía:

“ hazlo rendir para que dure 15 días”.

Duro, muy duro,  pero este comportamiento ruin, y aparentemente aislado, es un ejemplo de adónde el hombre es capaz de llegar para ordeñar  la calamidad y el sufrimiento  hasta su última gota. Tampoco deja de ser de malpensantes airear donde haga falta los muertos por covid para intentar amasar popularidad o sacar rédito político, pero como dice el proverbio ‘de todo hay en la viña del Señor’.

Aparte de hechos tan denigrantes, recibo quejas acreditadas sobre el aumento del precio de la cesta de la compra  durante estos meses de pandemia. Se nota en productos de primera necesidad sin que la subida esté justificada en criterios de calidad percibida de alimentos básicos y otros géneros.

Consultando con personas vinculadas al sector en Canarias, el aumento de la cesta de la compra en Lanzarote no es achacable ni a subidas de tarifas del transporte marítimo de mercancías ni a  otros costes logísticos porque, aunque se hubieran dado, las grandes superficies manejan tal magnitud de negocio y volumen de contenedores de productos que anualmente se aseguran tarifas rentables en sus negociaciones con navieras y otros agentes intervinientes en la cadena de distribución.

La actividad de venta de productos de alimentación, higiene y aseo, entre otros, ha  tenido por obvias razones carácter de esencial desde el inicio del confinamiento. No es casual que cuando eran más severas las restricciones de movilidad en  nuestras conversaciones de amigos escuchábamos una y otra vez: “yo sólo salgo al súper, y ya porque toca”.

El supermercado se convirtió prácticamente en nuestro único destino, el único lugar de compra y venta cara a cara, y por ende el único lugar en el que medianamente interactuábamos con personas ajenas a la familia. Sus empleados, arriesgando su salud, han estado en primera línea de trabajo, expuestos, reponiendo mercancías, atendiendo en sus distintas secciones y cobrando en caja. Ellos por supuesto ni fijan los precios ni deciden “ofertas”.

Ha habido una merma obligada en nuestro impulso consumista, pero si el pago del arriendo o la hipoteca, el seguro o la cuota de financiación de bienes y servicios pueden esperar, la comida hay que comprarla, sí o sí. “Comer hay que comer”, también escuchamos mucho en estos tiempos de crisis.

Así es más difícil de entender ahora un modelo de relaciones comerciales insolidario, sin la primacía de un comercio justo con precios justos, que  deje a los consumidores en posición de desprotección.  Seguramente si tuviéramos constancia de que el aumento de precios repercute en el agricultor o en el pequeño productor no nos importaría pagar unos céntimos más.

Echando memoria, la sociedad lanzaroteña secundó en los albores de los dos mil la implantación en la Isla de nuevas y grandes empresas de superficies comerciales defendiendo que la competencia traería variedad y mejores precios. De la primera no tenemos dudas, pero de la segunda me quedan serias inquietudes. ¿Ha habido acaso un pacto de no agresión comercial? Todos tienen derecho a ganar, también los consumidores que al fin y al cabo son la razón de existir del libre comercio.

 

Comentarios  

#1 Antonio 15-06-2020 20:58
Completamente de acuerdo con dicho artículo. Doy fe de ello que el transporte no subió, mantuvo los precios.
Pero sí que aquellos que se llenaron, manifestaron y levantaron la voz para que entraran las grandes superficies, que cierto es que los precios no son tan baratos como suponían, y que analizando bien producto por producto se darán cuenta, y que incluso hay diferencia en los mismos dependiendo de la Isla donde nos encontremos. Entonces el lobo no era tan fiero como lo pintaban (los que había y hay aquí desde esa época) y Caperucita tan buena como el cuento (los que se implantaron aquí después de)
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