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Lanzarote: cultura que recuerda, paisaje que habla

“Para mí, era el lugar más bello de la tierra. Y me di cuenta de que, si ellos eran capaces de verlo a través de mis ojos, entonces pensarían igual que yo.” — César Manrique

 

“Escribir es recordar” — José Saramago

En Lanzarote la cultura no es un lujo añadido, es la memoria viva de una isla que ha aprendido a narrarse a través del arte, el paisaje y su gente. Entre salas de exposiciones, teatros al aire libre y volcanes convertidos en museos naturales, la isla se ha forjado un lugar único donde identidad y memoria se entrelazan.

El nombre de César Manrique es inseparable de esta historia. Artista y visionario, fue él quien imaginó una isla en la que naturaleza y cultura conversaran de igual a igual. Los Jameos del Agua, abiertos en 1966 en el interior de un tubo volcánico, el Mirador del Río, inaugurado en 1973 frente al archipiélago Chinijo, o el Jardín de Cactus, finalizado en 1990, son ejemplos de un modelo pionero que transformó Lanzarote en un museo al aire libre. Lo resumió en una frase que hoy sigue siendo guía: “Para mí, era el lugar más bello de la tierra. Y me di cuenta de que, si ellos eran capaces de verlo a través de mis ojos, entonces pensarían igual que yo.” Su ideal de integrar arte y naturaleza anticipó incluso la declaración de la UNESCO en 1993, cuando la isla fue reconocida como Reserva de la Biosfera.

Su legado continúa en la Fundación César Manrique, inaugurada en 1992 en su casa de Tahíche. Este espacio no solo conserva su obra, sino que sigue alimentando el debate cultural y ecológico en Canarias. Para los isleños, la entrada es gratuita: un gesto que recuerda que este patrimonio no pertenece a unos pocos, sino a toda la comunidad que él quiso proteger.

Pero Lanzarote no es solo Manrique. El arte contemporáneo encontró en el Centro Cultural El Almacén (1974), también creado por César Manrique, un espacio para la experimentación, que en 2024 celebró medio siglo de vida con la exposición El Almacén, 1974-2024. También la Casa de la Cultura Agustín de la Hoz (1989) ha sido escenario de propuestas como Xaxo (2025), de Nayra Martín, que cuestionó el colonialismo y la gestión de la memoria aborigen. A la vez, proyectos como Arrecife en Vivo, con más de dos kilómetros de conciertos en el centro de la ciudad, o Costas Afortunadas, que llevó teatro al litoral de Famara y La Graciosa, muestran cómo la memoria cultural también se construye colectivamente en las calles y en las costas.

En paralelo, Lanzarote acogió a José Saramago, que encontró en Tías un refugio desde el que escribir y pensar. Para él, “escribir es recordar”, y esa convicción convirtió su obra en un puente entre literatura, memoria y justicia. Su presencia reforzó la imagen de la isla no solo como destino turístico, sino como territorio de creación intelectual.

El paisaje mismo es otra forma de cultura. El Parque Nacional de Timanfaya, declarado en 1974, recuerda con sus lavas petrificadas las erupciones de 1730-1736, cuando la isla aprendió a sobrevivir al fuego. Contar y proteger este territorio es un acto cultural en sí mismo: la memoria más primaria, la que surge de la tierra y nos recuerda que vivir aquí siempre ha sido un ejercicio de resistencia.

Quizá por esa fuerza telúrica, Lanzarote también ha seducido al cine. En Un millón de años antes de Cristo (1966), Raquel Welch caminó por Timanfaya y la Cueva de los Verdes; Pedro Almodóvar rodó en 2009 Los abrazos rotos en El Golfo y el Charco de los Clicos, y en 2012 Invasor transformó Arrecife en Bagdad. Este mismo verano de 2025, Almodóvar ha regresado para filmar Amarga Navidad, con escenas en La Geria y la costa del Golfo, confirmando que la isla sigue siendo un escenario capaz de contar historias que trascienden fronteras. Y en 2019, Lanzarote también se convirtió en plató de Hollywood con Eternals (Marvel, 2021): en el Volcán del Cuervo, Angelina Jolie rodó algunas de las secuencias más espectaculares de la superproducción, que encontró en la geología volcánica el marco perfecto para recrear un universo mítico.

En Lanzarote, el público que llena una exposición, el turista que se asoma a un mirador, el artista que interviene un paisaje y el vecino que acude a una fiesta popular participan del mismo relato. La isla recuerda, crea y se reinventa en cada gesto cultural. Porque aquí la memoria no se archiva: se vive, se protege y se celebra cada día.

elperiodicodelanzarote.com