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Hospital real

En la primera parte de este siglo, como millones de españoles, me enganché a la serie televisiva, no de pago, ‘Hospital Central’. Ni en Amazon Prime, ni en Netflix, eso sí, en abierto  había y hay que soportar los cortes a publicidad, a veces eternos, pero también hay que entender que forman parte del negocio.

El Dr. Vilches, encarnado en el actor Jordi Rebellón, fallecido prematuramente el año pasado tras sufrir un ictus, y un completo equipo de facultativos, enfermeros y estudiantes de medicina  luchaban por curar y salvar la vida de sus pacientes en historias evidentemente guionizadas con asesoría científica.

La ficción aguanta todo, y en ese “jugar” a ser médicos en un imaginario hospital de Madrid, los protagonistas de la serie también enseñaban sus problemas, sentimientos y emociones más personales, como “generosamente”  lo hacían pacientes y familiares. Drama por aquí, drama por allá, infortunio por doquier, pero asimismo alegrías por el nacimiento de un bebé con el antecedente de un embarazo complicado o la recuperación de un enfermo, y más si era joven o menor de edad. 

Echo todo este rollo porque después del cáncer y muerte de una de mis hermanas en 2016, vuelvo a visitar desde hace un par de semanas, y con asiduidad, el hospital, el Hospital real, el de nuestra realidad lanzaroteña.

Nunca había entrado a una Unidad de Cuidados Intensivos, y me impresionó, mucho más que el espacio donde mi hermana recibió el tratamiento de quimioterapia, pero aunque no es plato de buen gusto entrar a la UCI y observar a una persona cercana en estado de inconsciencia, la enfermedad es un trance de la vida que no solo afecta el cuerpo, sino el estado de ánimo del paciente y su familia, y si se puede y no supone  perturbación o molestia, hay que acompañar.

La compañía para el enfermo y su entorno es solidaridad, afecto y comprensión, sobre todo si el paciente se enfrenta a un periodo largo de tratamiento y recuperación.   Cualquiera que sea la enfermedad, como pacientes o familiares, tenemos derecho a conocer el diagnóstico y su tratamiento, dando por descontado el derecho a la práctica de exámenes, pruebas y análisis necesarios para obtener un diagnóstico preciso. Suena feo decirlo, pero hay que estar encima, encima del sistema de salud porque en enfermedades delicadas el tiempo y actuar con diligencia es crucial.

En el caso de familiares o allegados que por cualquier circunstancia no cuentan con la disponibilidad de una persona de confianza, la compañía va más allá de hacer presencia en el hospital, que ya de por sí es importante.

El acompañamiento también conlleva el preocuparnos por obtener completa información de los médicos sobre pruebas y tratamientos del paciente, siendo respetuosos con  los profesionales sanitarios y su trabajo y con los procedimientos establecidos para acceder a dicha información, acudir a todas las instancias cuando entendamos que exista algún motivo de queja, llámese servicio de atención al paciente, dirección médica o gerencia del hospital, o, si hace falta, tocar la puerta de entidades externas como asociaciones constituidas para apoyar la defensa de los derechos del paciente y sus familias que pudieran ofrecernos asesoría legal.

También son formas de acompañar, igualmente necesarias la solidaridad, cooperación y compasión en el tratamiento y seguimiento de una enfermedad y su evolución. No estamos exentos de enfermarnos y de enfermarnos gravemente, así que aunque sea la visión más egoísta del ser humano y como dice el viejo adagio popular: “hoy por ti, mañana por mí”, es el valor de la reciprocidad. 

elperiodicodelanzarote.com