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Al servicio de los grupos de presión, en contra del ciudadano

 

He tenido la suerte de trabajar estrechamente con políticos lanzaroteños. Y también la libertad (¡o la insensatez!, como les gusta reprocharme algunos) de decirles en público lo que pienso de ellos. Ha sido un juego realmente enriquecedor periodísticamente, que me ha permitido conocer la fauna política insular en sus hábitats más íntimos y descifrar su bipolarismo exacerbado que pasa de la depresión en la intimidad a la euforia pública en segundos. Una verdad en estos escenarios es fagocitada en unos segundos para transformarse en una mentira incendiaria. Dicen que la política es eso. Y, lo juro por mis muertos, se lo creen a pies juntillas. No tienen la más mínima sensación de estar haciendo algo malo. Ni cuando mienten, ni cuando roban, ni cuando tuercen la realidad de sus ciudadanos en beneficio propio. Creen que la política exige ese comportamiento. Y el que no miente, y el que no roba, y el que no sacrifica los intereses de todos en beneficio de sus expectativas electorales, no es político. Esta profesión que ellos ejercen con verdadera pasión narcisista parece que la descubrieron en el diccionario de la RAE. Lo que pasa es que, en ese afán de hacer las cosas a la prisa y a lo loco, como suelen hacerlas ellos siempre, en lugar de pararse en la palabra “política” cayeron en el vocablo “hipocresía” y a ello han consagrado su vida en cuerpo y alma. Y son más hipócritas que nadie. ¡Y a mucha honra!

Entre esa fauna de pajaritos canarios y urracas venidas de ultramar para sumarse al coro del botín público lanzaroteño, se contagian los males a la velocidad de los virus más mutantes. Por eso no extraña nada encontrar los mismos defectos a la izquierda que a la derecha, aunque todos se definen como centristas en eso de la gestión de la cosa pública. Y, en este marco, se ha instalado la consideración de que los votos no se conquistan convenciendo a los ciudadanos sino “comprando o vendiéndose” a los grupos de presión. Yendo directamente al bolsillo de aquellos que tienen intereses comunes y que están dispuestos a responder electoralmente de forma conjunta. La medida no es baladí, ni mucho menos. Con esta actuación, se pierde toda oportunidad de que el político atienda la función fundamental de la propia administración que representa: la de responder de lo que nos afecta a todos, la de resolver aquellos problemas que afectan a la sociedad en su conjunto. Sus esfuerzos no van orientados a darle mayor calidad de vida al conjunto de la sociedad sino a arreglarle, a través de apaños, los intereses concretos a los grupos de presión. Se pone al grupo de presión por delante del ciudadano. Aquel ofrece bolsas de votos mientras se desecha la máxima democrática de “una persona, un voto”.

Lanzarote es un claro ejemplo de ello. Los problemas globales, fundamentales, se enquistan y no se solucionan porque parece que eso no lo valora nadie. Que no funciona el agua, no pasa nada; que no se atienden las infraestructuras públicas, no pasa nada; que el transporte público no funciona, no pasa nada. Curiosamente, todo aquello que nos afecta a todos, no tiene valor. En cambio, el político o la política (¡en esto se ha conseguido ya la igualdad, por abajo!), se deja el alma en contentar al murguero comprándole el disfraz, al club deportivo dándole la subvención, al taxista dejándole hacer a su gusto, a la concesionaria del servicio de guaguas no poniendo en riesgo su condición, a los constructores dándole vía libre a sus aspiraciones empresariales, a los hosteleros poniéndoles saboreas de barra libre para ellos y a los hoteleros más de lo mismo. Se va sector por sector a contentarlos. Porque entienden que así tendrán a su favor a los grupos que representan. Así se mangonean a los trabajadores de los CACT, así se hundió Inalsa, así no se pone freno al crecimiento incontrolado, así no se pone fin a las pérdidas de agua, así no se afronta la carestía de la vivienda. Suma y sigue…

La situación del transporte público es un ejemplo tan evidente que asusta. Es como si descubrieras, de sopetón, que tienes un caníbal de alcalde, presidente del Cabildo o similar. Y sabes que te está mirando con apetito. Que viene a por ti. Que te va a comer vivo. Lo sabes porque los sabes y, aun así, aceptas de buen grado que te esté rondando. Sabes que viene a comprarte dándote lo que necesitas para disfrutar un ratito o para que te impregnes de su corruptela por cuestiones que no te corresponden. Que vienen a invitarte a que seas insolidario, a que cojas tu bolsita de privilegios particulares innecesarios para que renuncies a tu visión colectiva de ciudadano. Actúan como el diablo, cuando te resuelve tu problema momentáneo a cambio de tu alma definitivamente.

El Transporte colectivo de la isla, el que debería ser de guaguas pero solo es de carencias, no se adapta a las necesidades de la isla. ¿Con quién se reúne el Cabildo para ver qué hace con las guaguas? ¿Qué intereses persigue? ¿Acaso los de los usuarios, agobiados con los crecientes costes del mantenimiento de coches particulares? ¡Qué va, pero tú estás loco, muchacho! Se reúnen con la empresa concesionaria, ven los servicios que podría atender de forma más o menos rentable y se acabó. Le muestras tu extrañeza por esa forma de actuar y cuál es la respuesta. ¡Sencilla, muchacho del carajo! ¡Pero tú que quieres, que venga una empresa de fuera a prestar el servicio¡ Le preguntas que qué es más importante, si conseguir un buen servicio para todos los lanzaroteños o beneficios para una empresa local que lleva tres generaciones rentando un servicio que es claramente deficitario para los lanzaroteños y te miran como si uno fuera bobo.

 Con los taxis pasa un tanto de lo mismo. Todos saben que hay problemas graves en este servicio, y que se deben a que los políticos son incapaces de meterle mano a un sector que se gestiona con licencias municipales a las que los respectivos ayuntamientos no les siguen el rastro por miedo de sus gobernantes. En su tesis, los grupos de presión son los que nos dan victorias electorales, no caben los usuarios. No ven a las viejitas caminando por la calle cargadas como burras al volver de la compra porque los taxistas no quieren atender estos servicios. No ven al turista sudar la gota gorda mientras espera más de media hora para coger un taxi o al trabajador que llega tarde porque confió en que la ciudad tenía taxis. No importa.

La sinvergüenzada llega a tales extremos que dos alcaldes socialistas, uno con más de veinte años de servicio a los grupos de presión y otro con mayoría absoluta recién estrenada, y un aspirante a serlo se plantan en todos los medios de comunicación diciendo, a las claras, que ellos apoyan a los taxistas. Solo les faltó decir que les importa un bledo el servicio y mucho menos el usuario siempre y cuando los taxistas los vean a ellos como amigos. Ni se cortan. Como si los usuarios que cogen el taxi fueran extraterrestres. Como si los taxistas fueran los que tienen que ordenar el sector solo de acuerdo a sus intereses pecuniarios.

Es verdad que los socialistas vienen de gobernar durante cuatro años en los ayuntamientos, Cabildo y Gobierno de Canarias y nada hicieron para solucionar este problema que se eterniza. Y que no se solucionará. Como tampoco se arreglará el de las guaguas, ni el del agua, ni el de las energías alternativas, ni el de las infraestructuras insulares mientras los políticos sigan usando las administraciones públicas al servicio de los grupos de presión para perjudicar a los ciudadanos. Mientras sigan primando los intereses y privilegios privados frente a los colectivos de los ciudadanos.  Mientras sigan creyendo que para ganar unas elecciones tienen que seguir comprando voluntades mirando para otro lado, vistiendo murgas, dando subvenciones por doquier mientras los servicios fundamentales de la isla se deterioran hasta el infinito.

Creen que les deben su "ser y estar" a los grupos de presión. Y cambian la vida de los ciudadanos por la bolsa de votos de los grupos de presión. Y lo peor de todo es que los lanzaroteños solo salen a la calle para irse a los “millonarios saboreas de Oswaldo” o para oponerse a un centro de inmigrantes. Una paradoja más: en Lanzarote donde más del 60% de la población no son naturales o son hijos o nietos de no naturales de la isla se han vuelto xenófobos. ¡Tierra extraña esta!

elperiodicodelanzarote.com