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¿Por qué la ultraderecha seduce a la juventud?

Hace unos días, disfrutaba de una tarde distendida con varios amigos en La Geria. Mientras tomábamos una copa de vino Malvasía, ocurrió lo que ya es habitual en cualquier encuentro informal:  la conversación derivó hacia la actualidad política. Surgieron las inevitables referencias a Koldo, Ábalos, Santos Cerdán… y con ello, mis amigos presentaron sus preocupaciones y su sólido descontento al actual sistema político español. Fue entonces cuando uno de los presentes -una persona a la que considero profundamente empática- pronunció una frase que me sorprendió:
“No votaría a ningún partido político, pero si me obligasen a votar, votaría a Vox”.

Me desconcertó, no tanto por la figura mencionada, sino por quién lo decía. Al pedirle una explicación, su respuesta fue breve:
“Son los que hablan con más convencimiento y contundencia”.

Este comentario, aparentemente espontáneo, contiene una clave fundamental para entender el auge de la ultraderecha entre ciertos sectores de la población joven y desencantada: no se trata solo del contenido del discurso, sino de su forma. En una época donde la comunicación política ha pasado a ser profundamente emocional, los partidos de extrema derecha han sabido ocupar un espacio que otros han dejado vacío.

Santiago Abascal, por ejemplo, no necesita ofrecer propuestas detalladas o soluciones complejas. Le basta con hablar con seguridad, apelar a las emociones más primarias y proyectar una imagen de fuerza y claridad en un contexto dominado por la incertidumbre. Su discurso, aunque lleno de simplificaciones y amenazas para los derechos fundamentales, se presenta como firme y sin fisuras. Y eso, para muchos, resulta tranquilizador.

Mientras tanto, el discurso progresista, que defiende derechos sociales, justicia y tolerancia, suele quedar atado a formas más institucionales, a tecnicismos o a una moral que a veces se percibe como distante. Del mismo modo, el PSOE es interpretado como un partido más centrado en eludir responsabilidades que en ofrecer propuestas concretas. 

A la izquierda española le cuesta generar un relato emocional sin caer en la simplificación. Les cuesta conectar desde lo simbólico, desde el lenguaje de quienes sienten que no tienen nada que perder.

El reto, por tanto, no es solo combatir las ideas de la ultraderecha, sino también su capacidad para apropiarse de la emoción, del relato y del lenguaje de lo posible. La izquierda tiene la responsabilidad de construir discursos que no solo convenzan, sino que también conmuevan. Que hablen claro, sin perder profundidad.

Porque si no logran eso, corren el riesgo de que cada vez más personas bienintencionadas -como mi amigo en La Geria- terminen apoyando opciones que contradicen los valores sociales que ellos mismos defienden. No por afinidad ideológica, sino por la sensación, tan humana como peligrosa, de que “al menos, ellos sí creen lo que dicen”.

elperiodicodelanzarote.com