Gracias, Dr. Lluch
- Covadonga Rodríguez Mangas, jefa de Servicio de Medicina Interna del Hospital Doctor José Molina Orosa.

Para los médicos, al menos para la generación que ahora se jubila o está cercana a ello, la medicina forma parte intrínseca de nuestra vida. Nos presentamos siempre con un “soy médico”, que es más una definición vital que la descripción de una profesión. Somos médicos las 24 horas del día, porque así lo sentimos desde que la elegimos como proyecto personal.
Por eso imaginar que uno puede colgar la bata cuando cumple 65 años, y dejar atrás la medicina, es como pensar que uno va a desaparecer como ser humano con la jubilación.
Cuesta imaginar quién o qué será cualquier médico cuando diga adiós a sus pacientes y a toda una vida profesional, pero si a alguien cuesta imaginar de verdad más allá de estos días es al Dr Lluch, especialista de Medicina Interna que hoy se jubila en el hospital Dr José Molina Orosa.
Sería fácil pensarlo navegando por el mundo, ya que el mar pudiera parecer algo que ama tanto como su profesión. Verlo subido en su velero, surcando mares y costas lejanas, apetece como digresión mental. Pero la realidad es que es imposible, con honestidad, imaginar que habrá un día en el que el Dr Lluch no abrirá la puerta de su consulta para darle la mano y una sonrisa al siguiente paciente.
No hay muchos médicos que hagan ese gesto simple de dar la mano a sus pacientes. No nos enseñan eso en las aulas abarrotadas de las facultades de medicina, ni viene en los miles de folios que estudiamos en la carrera. Nadie le dijo, seguramente, al Dr Lluch que debía hacerlo. Pero ese gesto le define tanto como a otros les define la bata arrugada o el fonendo torcido sobre ella.
Con ese gesto, ya de entrada, les transmitía a sus pacientes lo que a toda una generación, marcados por la pandemia más atroz que hemos vivido, se les negaba cuando ésta empezó en los años 80 ( y cuando él empezó a verlos en Lanzarote en los 90 ): respeto y dignidad.
En sus inicios, la pandemia de SIDA ( porque entonces, con un solo fármaco para tratarlos, todos los pacientes entraban en esa definición ) no sólo les segaba a los pacientes la vida sino que, en medio de un calvario de enfermedades oportunistas devastadoras y dolorosas, les contagiaba también de la peor y más cruel de las enfermedades: la del estigma y la discriminación.
Los médicos que atendían a los pacientes con infección VIH eran los más humanos, los más empáticos, los más tolerantes; los que no se dejaban atrapar por el estigma y el miedo al contagio, que aún hoy, con la infección convertida en una enfermedad crónica, que no se transmite con un tratamiento adecuado, perviven en determinados ambientes y grupúsculos.
Y el Dr Lluch, que llegó a la isla recién terminada su formación como internista en Las Palmas, fue desde el principio uno de esos médicos. Lo fue en los inicios, cuando había que acompañar a los pacientes en sus últimos momentos, y lo siguió siendo cuando les veía cada tres meses en su consulta o recibía sus llamadas cuando cualquier problema les surgía: que si me vacuno o no, que si éste fármaco me sienta mal, que si puedo quedarme embarazada…el Dr Lluch siempre estuvo ahí para sus pacientes, cercano y humano.
Yo, que tuve el honor de compartir con él esos primeros años, le recuerdo igual de calvo, igual de refunfuñón a veces, igual de amable y cariñoso siempre. Le recuerdo constantemente queriendo ayudar a ese colectivo que él sentía como injustamente discriminado. Le recuerdo siempre estudiando, leyendo artículos, acudiendo a todos los congresos y reuniones dentro y fuera de España, para adquirir la formación que necesitaba para darles a los pacientes no sólo su respeto, sino también para poder ofrecerles la atención de calidad que merecían, al nivel de cualquiera de los mejores hospitales de España. Le recuerdo siempre, como todos, siendo “el médico del VIH”.
Y siento, como seguramente sentirán sus pacientes hoy, que nos quedamos huérfanos -pese a que hay excelentes internistas que le sustituirán- sin el Dr Lluch.
El hospital dice adiós hoy a un hombre que con su inmenso y profundo sentido de la responsabilidad y su capacidad para mirar más allá de la enfermedad, ha sido para los demás una lección de humanidad y profesionalidad. Yo, además, despido a un amigo que me ha mostrado en estos 31 años una lealtad inquebrantable, que ha sido mi apoyo constante y mi mejor consejero, y que, como jefa, siempre me ha brindado un respeto incondicional
Podemos decir, sin duda alguna, que hoy termina un ciclo para el hospital y para la isla. Podemos decir, con seguridad, que no habrá nunca otro Dr Lluch.
En nombre de todos quiero darle las gracias públicamente, y desearle que en su nueva vida, en la tierra o en el mar, navegue en la belleza y reciba de vuelta, con creces, todo lo que nos ha entregado en estos 31 años.
Covadonga Rodríguez Mangas, jefa de Servicio de Medicina Interna del Hospital Doctor José Molina Orosa.