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¿Policías o pichafrías?

En menos de una semana, se han conocido dos sentencias de la Audiencia Provincial que absuelven en total a 7 agentes de la Policía Local de Arrecife de las acusaciones de dos personas que se entendieron víctimas de una mala actuación.

Los delitos que se les imputaban no eran moco de pavo: delitos de lesiones, de detención ilegal y torturas. Nada más y nada menos.

 Al leer las sentencias se te queda un sabor fuertemente agridulce. En una más que en la otra. Y cuanto más las lees y las vuelves a leer, como beben los peces en el río, más agria y menos dulce se te vuelve la cuestión. La parte dulce es que una sentencia exculpatoria, absolutoria,  viene a decir que no hay pruebas para condenar, que no está acreditado que esos policías, acusados por ciudadanos que se consideraron víctimas de maltrato o un mal trato, hayan cometido delito alguno. Entonces, aquellos que creemos en la justicia como mediadora en conflictos y en brazo ejecutor de las normas bajo la premisa de la balanza que les representa, respiramos tranquilos. Los policías, a los que les pagamos su sueldo con  nuestros impuestos y les deben máximo respeto, de forma recíproca, a los ciudadanos, han actuado correctamente.

El  motivo de satisfacción no es, en ningún caso, que salgan absueltos sino que no hayan cometido los delitos que se les imputan.

 Y no siempre, desgraciadamente, una sentencia absolutoria significa que no se haya cometido el delito. No, ni mucho menos. En ocasiones, en no pocas, el delincuente, el que realmente delinque, se ve sin título oficial, expedido por un tribunal, que de fe de su condición, por no poder demostrarse que realmente hizo lo que hizo. En el símil del título, el alumno sabe lo exigido pero no tiene examen que le acredite esos conocimientos.

 En el caso que nos ocupa, las sentencias son absolutorias para los policías. Leyendo el fallo nos podríamos quedar satisfechos. Podríamos entender, además, que no hubiera mala fe por parte del ciudadano denunciante, sino que simplemente, por la falta de costumbre, interpretara unos hechos como fuera del marco legal sin darse cuenta que esa actuación respondía precisamente a la necesidad de sofocar sus actos, francamentes ilegales. Nada nuevo bajo sol.

 Pero, al ser uno curioso y además tener que supervisar noticias, al leer el resto de la sentencia descubre que en la misma en ningún momento se afirma que estos señores de gorra, uniforme y porra no hayan hecho lo que se les imputa. No, no dice eso. Ni le restan credibilidad al denunciante, sobre todo en la que afecta a cuatro de esos siete policías, ni se la quitan a los policías. El tribunal entiende que las dos argumentaciones son verosímiles y que es la duda de si sí o si no la que lleva a declararlos no culpables. O sea, se deja claro que no hay pruebas contundentes, pero sí suficientes indicios para no despejar del todo las dudas.

 Entonces, se queda uno con la duda; los policías, con las sentencias absolutorias y las víctimas o no víctimas, con sus maguas y magulladuras. Y realmente, de no haber esas dudas, con las que entiendo que no se condene a nadie sin las garantías que dan pruebas en las sentencias condenatorias, yo no sabría si en estos momentos estaría escribiendo sobre policías o simplemente sobre pichafrías.

 

 

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