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La Graciosa, de vuelta y media (I)

Llegamos a  La Graciosa el viernes, día 2 de septiembre, a las 9 de la mañana. Después de media hora en coche y media hora en barco, nos encontrábamos en Caleta de Sebo, punto de inicio de nuestra aventura de recorrer el litoral de la Octava Isla en dos jornadas caminando en este paraíso canario. El llegar a La Graciosa se vive como una aventura, aunque uno venga del otro lado de El Río, de Lanzarote, a la que pertenece administrativamente esta isla. Pero es que la coqueta isla mayor del Parque Natural del Archipiélago Chinijo, con sus casi 30 kms2, poco más de 700 habitantes, y dos únicos asentamientos poblacionales, Caleta de Sebo, el principal, y Pedro Barba, de población turística únicamente, se presenta como el lugar ideal para alejarse del mundanal ruido de ciudades y pueblos más grandes y más ruidosos.

Nos bajamos del barco de Líneas Romero entre el mogollón de turistas con los que compartimos travesía, convencidos de que la llegada de septiembre significaría una disminución de visitantes en la isla, que en los meses de julio y agosto acoge unos cuantos miles de turistas diarios. También nos tranquilizaba el hecho de que se hubiese arreglado el problema del suministro de agua potable por la rotura de la tubería submarina que trae el líquido elemento de Lanzarote a La Graciosa. Pero este foco informativo previo a la visita, nos hizo conversar sobre las necesidades de este parque natural y la carga que soporta con la llegada sin control de miles de turistas diarios.

 

Mancha urbana mayor

Después de más de dos años sin aparecer por La Graciosa, me sorprendió cómo se ha ido estirando la mancha urbana a lo largo del litoral de Caleta de Sebo. Y mucho más me sorprendieron los apartamentos y viviendas que se ven en plena construcción, que sirven de demostración del auge que está experimentando la isla. Al movernos por sus calles sin asfaltar, también nos llamó la atención las numerosas “Vv” que ocupan las paredes de las casas. Las viviendas vacaciones son, seguramente, parte importante de esa presión turística.

La Graciosa crece a buen ritmo con todos los males de este tipo de crecimiento. Sin saneamiento, dependiente de Lanzarote energéticamente y del suministro de agua, la octava isla reproduce el esquema de los años salvajes de otras zonas turísticas canarias. El hecho de que sea una población dentro de un Parque Natural parece que tampoco frena el avance del turismo, que planta también bares, restaurantes y otros comercios en Caleta de Sebo, aunque después se quejan del poco personal que tienen para atender la importante demanda. A la gente le gusta ir a La Graciosa unos días, de vacaciones, pero se lleva mal residenciarse allí para trabajar, con lo que los oriundos de la zona son muy pocos para atender los negocios que proliferan. Además, muchos ya presentan síntomas de estar quemados.

Tantos todoterrenos como Dubai

Viendo La Graciosa, la isla, sus paradisiacas playas, su tranquilidad, su diversidad de flora y distintos tipos de suelo, sus pequeñas dimensiones físicas y lo poco poblada que está,  todo hace pensar que se les está yendo de las manos a ellos, pero principalmente a las administraciones canaria y lanzaroteña. Solo hace falta ver el contraste entre sus calles sin asfaltar y los casi cuatrocientos coches que tienen en la isla.

Te preguntas irremediablemente el porqué de semejante despliegue de vehículos en una isla de apenas 30 kms2, con la distancia mayor interna de 8 kilómetros entre sus extremos y un perímetro de unos 30. Es un exceso que demuestra que estamos en suelo controlado por españoles. Las pequeñas calles de Caleta de Sebo están tan llenas de coches como cualquiera de Lanzarote. Con la diferencia de que la inmensa mayoría de los coches son todoterrenos de segunda manos traídos de Lanzarote como una garantía de libertad por sus propietarios, que cogen su coche como si fueran hacer la transiberiana, aunque acaben aparcando minutos más tarde a unos metros de donde lo pusieron en marcha. Entre calles de jable, pequeñas viviendas con paredes pintadas de blanco y puertas y ventanas de azul, y todoterrenos y taxis jeep por doquier podríamos pensar que estamos en un desierto de Dubai, aunque el acento graciosero te saca de dudas rápidamente.   

Rumbo a Las Conchas y giro a la derecha, al oeste

Nos tomamos el café en un bar de la gran plaza que sirve de nexo del puerto y el pueblo y nos ponemos a caminar para conseguir nuestro objetivo. Salimos del pueblo y acabamos en el camino que nos lleva a la Playa de Las Conchas. Está en obras, y  la forma de compactar la arena del suelo nos hace temer que se asemeja a una especie de asfaltado sin asfalto, pero con el propósito de favorecer el avance de los vehículos, que en la arena suelta encuentran mayor oposición.

En ese trayecto inicial, la ida de todoterrenos y camiones puede ser similar o superior a la de los pueblos de Lanzarote. Reconozco que me pone nervioso y les hablo a mis dos compañeros de viaje y aventura, amigos desde la infancia compartida en Tías, Bernabé Borges y Vicente Cabrera, de islas en Alemania de características similares, en las que no se admiten los coches particulares y la movilidad se hace sobre bicicletas, con coches públicos limitados para transportar la mercancía de los vecinos y aquellos vecinos con dificultades para trasladarse en bicicleta. También les digo que son trozos de avances de espacios sostenibles, en los que la energía es de procedencia alternativa y el agua potable es del lugar. Comparten el planteamiento pero, al igual que yo, zanjan el tema con una descalificación sobre la visión de nuestros políticos.

Los primeros kilómetros de caminata en La Graciosa son para cruzar la isla de sur a norte, atraídos todo el camino por el impactante aspecto de inmensa roca del Islote de Montaña Clara, que está enfrente mismo de la impresionante playa de Las Conchas, con su arena rubia y protegida por la Montaña Bermeja, que invita a subirla con su sendero hasta el pico visible a kilómetros. Pero nuestra idea en este primer día, es girar hacia el oeste y alcanzar Montaña Amarilla por el litoral norte y volver a Caleta de Sebo por el litoral sur.

Al encuentro de Montaña Amarilla 

Por la parte norte, alejándonos de la Playa de Las Conchas y yendo hacia Montaña Amarilla, avanzamos por los senderos que hay en la costa, mas propicia para la pesca que el baño. En esta zona encontramos la primera patera abandonada en la isla, inservible pero intacta, que nos recuerda que La Graciosa también ha sido y es objetivo de los inmigrantes africanos que intentan llegar a nuestras costas.

Después de un par de horas de caminata, entre jeep que llevan y traen turísticas y familias de peninsulares enteras que se valen de las bicis de alquiler para desplazarse por la isla a su ritmo, a veces con el enfado poco disimulado de los más pequeños que intentan avanzar por el suelo arenoso sin mucho éxito, se nos planta Montaña Amarilla delante, cerrándonos toda opción de avance. O pasamos sobre su propio cadáver elevado hacia las alturas o tenemos que dar la vuelta, nada recomendable para la consecución de nuestro objetivo. 

Veíamos la espectacular playa de la Cocina, la que está dentro del cráter del volcán sumergido de Montaña Amarilla, delante de nuestros ojos y no estábamos dispuestos a abandonar. Así que observamos el sendero que serpenteaba la montaña por su filo, de abajo hacia arriba, y confiamos en que tuviera bajada por el otro lado. La subida fue exigente, mis dos amigos empezaron a sentir la exigencia en las piernas y el sudor en la frente.

A esa hora, casi las doce del mediodía, también hacía mucho calor. Pero seguimos hacia arriba, recorriendo los bordes irregulares del cráter de Montaña Amarilla mientras ascendíamos sin consuelo y con muchas pausas. Cuando faltaba poco para llegar a lo más alto, disfrutar desde arriba de la inmensidad de El Río y las espectaculares playas que se suceden desde nuestros pies, que están encima de Montaña Roja, y Caleta de Sebo, Bernabé se da media vuelta y se fuga por un sendero que le devuelve al llano. No quiere hacer más esfuerzo del que pueda ser prudente para él, que no está habituado a  hacer grandes caminatas con este tipo de pendientes.

Vicente y yo llegamos arriba y seguimos el sendero para bajar por el otro lado. Esperamos que Bernabé llegara a la zona, a su ritmo, desde el llano. Los tres juntos ya nos metimos en la playa La Francesa, observando a partes iguales, a los bañistas, la playa y a las decenas de veleros que aprovechan las excelentes condiciones de la bahía para fondear en la zona.

Regreso a Caleta de Sebo por las playas

Con el sol cascándonos, enfilamos el último tramo del día de hoy caminando de playa en playa. Impresionante también la playa del Salao y gratificante llegar al pueblo, después de dejar atrás la zona de acampada.

Avanzamos sin pausa, hacia el centro de Caleta de Sebo, entre turistas, casas en construcción, casas con “Vv”, complejitos de apartamentos y, al final, El Veril, un pequeño restaurante en la misma playa.

Allí, clavando las patas de la silla en el jable y la mirada en los camareros, exigiéndoles cerveza y seven-up fresquitos, encontramos el descanso del guerrero, después de casi 17 kilómetros de caminata, que tuvo su momento crítico en el ascenso de Montaña Amarilla. Fueron cuatro horas y media de observación de la parte oeste de la isla, casi cuatro horas de caminata efectiva por la Isla de Graciosa.  

El vino lanzaroteño Guiguan, que sirven los camareros de El Veril como si fuera la séptima maravilla, entraba fresquito/fresquito, entre el picoteo de lapas, pulpo y pescado. Y para acabar, un polvito de postre. Un polvito canario, que viene siendo parecido al uruguayo pero un tanto más dulzón. Invenciones de la repostería, que se adapta al lugar como un guante.

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