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A la memoria del Dr. Don Pedro Naverán, médico en La Tiñosa, vasco, y canario del campo

Ha llegado hasta Silesia la triste noticia del fallecimiento, el pasado lunes, de Don Pedro Naverán, el médico de Lanzarote. Conocí a Pedro Naverán por mis padres, que lo trataron, y él a mí me conocía por haberme visto de chinijo en El Casino, y ya de grande en la prensa, por la mala prensa, supongo, y tenía tecla conmigo, tecla por la familia, y tecla por mis  conocidas veleidades nacionaleras, porque al final lo que nos unía era tecla por Canarias.

Pedro Naverán fue un gran hombre, no sólo por su tamaño, enorme, sino por su carácter jovial, amable y socarrón, que parecía hijo de la Isla, porque del todo lo era. A su enciclopédico conocimiento de galeno unía una naturalidad excepcional, que lo hacía, de cerca y a distancia, empatizar con los pacientes, y con el resto de la humanidad, a la que sospecho miraba como futuros pacientes, por aquello de que la vida no es más que una enfermedad de transmisión sexual que acaba con la muerte. Fue un isleño genuino, y sin embargo, vasco. Hay algo, una línea muy fina pero inquebrantable que une al pueblo vasco con el canario, no sé si sólo el mar o la naturaleza geográfica extrema, de tal forma que hay algo, mistérico, que nos hace empatar casi al momento aunque, de otra parte, a Pedro, a nuestro Pedro Naverán, pocos secretos se le escondieron de las Islas, y sobre todo, ninguno de Lanzarote, ni de sus gentes, ni de su mar, ni de su campo, al que llegó tarde pero con tal pasión que parecía haberse criado en el rofe con la guataca a mano.

Pedro Naverán era persona cultivada, pero con esa facilidad para cambiar de registro idiomático en función de su interlocutor, lo que lo hacía no sólo una persona culta y refinada sino un intelectual, bueno, siendo médico no es nada sorprendente, pero sí lo es que tuviese pasión especial por la naturaleza, al más puro estilo romántico, y por la naturaleza humana, social, así que también era un hombre de folclor, eso también le venía por partida doble, por su Euskadi y por Canarias, que los canarios somos apegados a la música en extremo, cantarines y bailarines, así que él disfrutó del folclor interpretándolo y haciéndolo, con los suyos, en el conocido Beñesmén, que me imagino sus miembros estarán ahora amargos con la noticia. Me consta la tecla inquebrantable con mi amigo Pancho Perdomo, don Francisco Perdomo de Quintana, nuestro secretario del Cabildo Insular, porque eran amigos del alma, y se la pasaban juntos, y se hacían bromas, y se contaban de todo, y se ponían graves y discutían de cosas sesudas, así que Pancho, que es sensiblero, debe estar muy triste, desde aquí, un abrazo, compañero. Pedro era un gran hombre, y con quien le daba la gana, un vacilón. Conocía, porque lo requería su oficio, y porque le gustaba, a gentes de todas las generaciones y en su consulta lograba que el paciente se sintiera tranquilo y confiado, así que se puede decir que alivió el sufrimiento humano mas allá de lo estrictamente profesional. Se ocupó de mi padre, Z'L, al que trató mucho en su consulta en La Tiñosa, así que cuando envejecemos nos da miedo, más miedo, la salud, pero él le deba confianza y lo hacía salir contento, como un triquitraque, aunque el otro supiese que estaba averiado, así que cuando se fue al municipio de Yaiza, a otro Centro de Salud, a mi padre no le hizo ninguna gracia que su médico ya no estuviera en La Tiñosa. También se ocupó de mi madre, Z'L, ya en el plano personal, no más se enteró de su enfermedad, y la visitó en su casa de Fariones y departió con ella toda una tarde y bien que se lo agradeció ella, porque no sólo lo estimaba sino al que tenía por muy buena persona. Todavía lo recuerdo en casa, repollinado en el sillón tratando de aliviarla. Sé, por su esposa, y desde hacía año y medio, que lo suyo era irremediable, también ella se ocupó de mi madre, porque es médico en la unidad de paliativos, esa de terminales, así que tratamos, de él, y de ella.

Nos parábamos a hablar en los pasillos del Cabildo, entre mi despacho, Presidencia y Secretaría, porque el pasaba por el Cabildo cada cierto tiempo, allí estaba Pancho, naturalmente, y trataba conmigo, y hablábamos. Hablábamos de la finca, porque por último le dio por el cultivo, así que se hizo almacén agrícola-cuarto de aperos y enarenó, a pie de montaña, y no sólo se entretenía sino que disfrutaba encantado de la feracidad de la tierra lanzaroteña, que al poco que reciba agua, por las cualidades hidroscópicas del lapilli, nos regala las más ricas frutas, verduras y cereales, y en eso estaba, arrepentido por no haberlo descubierto antes, que me dijo, ahora te entiendo yo, que te veía para arriba y para abajo con la carretilla y la azada, que es la guataca, y es que es un gustazo, tienes que subir a la mía, para que la veas...y en eso estaba, en el campo, entre muros de piedra y plantíos...  ...así que se nos fue, a pesar de su resistencia y de la forma valiente en que enfrentó la enfermedad, siempre optimista  y con ese humor negro tan nuestro, que no sabes si va en serio o es coña, pero que sabemos que sí, que es consciente de todo. Tengo mucha tecla con sus otros hermanos, con Joaquín y con Iñaki, desde aquí, mi más sentido pésame a ellos, a toda la familia, a su esposa e hijos, que sepan que mientras vivamos, no lo olvidamos, y así, de alguna manera, él vive. Gracias, Pedro, por los buenos ratos, y un abrazo de hermano.

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