En una reciente visita a un pueblo de Tenerife, me contaba un amigo la historia de la pequeña ermita del barrio donde creció su padre. Al parecer, esta modesta construcción sufrió graves daños como consecuencia de la Guerra Civil Española y de los sucesivos saqueos que padeció durante la posguerra. Unos años después, el abuelo de mi amigo tuvo la iniciativa de organizar una rifa popular para restaurar el pequeño templo, cuyo valor para las gentes del barrio traspasaba la religión. Aquel era un punto de encuentro social, una referencia paisajística por el lugar donde se sitúa pero, sobre todo, un elemento con una importante carga sentimental para muchas generaciones. La rifa salió adelante y con el dinero obtenido se pudo comprar la campana, se pusieron los suelos y se colocaron nuevos portones. “Son esta campana, son estos suelos y son estas puertas que estás viendo”, me dijo señalando con orgullo hacia la ermita.