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¡Ay, mi cabeza!

 

Una de las palabras que más se grita en los terreros de lucha es “cabeza”. Y no se hace con el propósito de que los luchadores piensen más o mejor. Normalmente se hace en calidad de reproche al luchador del equipo contrario y para llamar la atención del árbitro. Cuánto más categoría tienen los luchadores, más se agranda el griterío y no acaba cuando el árbitro atiende su petición. Puede ser incluso peor pitarla que dejarse llevar, a la espera que alguno de los luchadores caiga o se agote el tiempo.

La posición de la cabeza de los luchadores es una de las faltas más protagonistas de la luchada. Solamente superadas por las amonestaciones por pasividad, que están regladas por tiempo, y se pitan cada vez que alguno o los dos luchadores se entretengan 25 segundos sin armar lucha. Mientras en estos últimos casos, la afición se adormece y muestra su desaprobación por lo bajo; en la posición de la cabeza, se crece y vocifera.

_  “¡La cabeza, árbitro, la cabeza!”. “¡Ehhh, esa cabeza, por Dios la cabeza!”, retumba en el terrero. Si el árbitro actúa y pita, la parroquia contraria estalla.

_ “¡Pero qué dices! El que no sabe dónde tienes la cabeza eres tú”, gritan los seguidores del sancionado.  

Y ninguno de los dos bandos, en su inmensa mayoría, está gritando para confundir al árbitro. El público en las luchadas es tan noble como los luchadores, aunque el hecho de estar inactivos, sentados en la grada y viendo el espectáculo desde fuera, aumenta el nerviosismo y se ve siempre más cerca de la arena a los luchadores. Así que grita con pasión lo que siente, ya que es consciente de que en la agarrada todo se decide en un instante, y revoluciona al árbitro para que dé vueltas en torno a los luchadores para que no se le escape detalle. Y el árbitro, que fue normalmente luchador y público, por lo general también actúa con nobleza y honestad.

¿Entonces, qué pasa? Si todos son honestos y ven el mismo acto, por qué perciben cosas distintas. ¿Por qué es falta y no es falta a la vez? ¿Por qué el árbitro a veces pita y otras veces no ante el mismo hecho? El asunto no es sencillo pero sí debería tratarse. Y debe hacerse conjuntamente entre el estamento arbitral, los luchadores y los aficionados. De nada vale instruir a los colegiados, si eso no se transmite a los luchadores y a la afición. Todos deben tener claro cuándo la posición de la cabeza es falta y cuándo no, teniendo en cuenta que el luchador no puede salir al terrero sin cabeza, ni el reglamento le obliga a mantener fija su posición inicial.

 El porte de la cabeza en un luchador es una fuente de conflictos. Aunque, contrariamente a lo que podría pensarse, si tuviéramos el cerebro en el abdomen, con toda su capacidad intelectual intacta, la lucha canaria se vería completamente afectada, con muchas técnicas imposibles de ejecutar y una actividad concentrada siempre debajo del cuerpo de uno u otro luchador. Por ello, al margen de que es inevitable saltar al terrero a luchar con la caja de las mañas para poner en marcha las herramientas, las extremidades y el tronco, la cabeza sí juega y puede hacerlo legalmente.

Basta con tener en cuenta qué se quiere evitar que pase con la cabeza en la agarrada. En realidad, se quiere evitar que se le dé golpes al contrario con la misma o que se le haga daño al presionar sobre su clavícula o pecho, de tal forma que no se le lleva a la arena por la eficacia de la técnica ejecutada si no por el daño causado con la cabeza. El propio reglamento define la falta como “la cabeza de frente en la clavícula o en el pecho del contrario”.  Fíjense, que dice de frente en el pecho del contrario, o sea, que la cabeza ladeada, puede acompañar en la caída en el pecho del contrario.

Todo lo demás, se debe entender legal porque la cabeza es inherente, y gracias a Dios, a los luchadores, y su posición no causa un dolor extraordinario en el contrario, sino similar al que produce cualquier otra parte del cuerpo al hacerse fuerza con ella apoyada en el contrario. Sin ir más lejos, hay luchadores que casi dejan sin respiración al contrario al llevar legalmente la mano a la espalda. En muchas ocasiones, el luchador que se siente desbordado por la fuerza de su rival, precipita su acometida para no tener que aguantar esa posición. Pero es que la fuerza sí está permitida en la contienda, como también la astucia de buscar el desequilibrio a toque pito para evitar que el grande y fuerte imponga sus condiciones.

El árbitro es como un estudiante que se enfrenta al dictado de la frase: “¡Ay!, ahí hay mandanga”. Sabe que las tres palabras iniciales son distintas, que se prestan a confusión y que ahí está la trampa y el éxito de su ejercicio. Se trata de conocer su significado y de repasar la ortografía y se acabaron los problemas para siempre. El querer poner a voleo la “h” o la “y” no le traerá sino problemas y cada vez que se enfrenta a alguna de ellas volverá a sufrir como si estuvieran las tres. Pero de nada vale que lo aprenda él solo si los que le corrigen el examen y le hacen el dictado no lo saben también. “¡Ay, mi cabeza!”     

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