
Ayer, viernes, la doctora Fraguela terminó su jornada laboral sabiendo que ya no habría un mañana para ella en su lugar de trabajo. A pesar de la insistencia de sus superiores, ella tenía claro que era el momento de cambiar de vida, de aceptar el destino, de disfrutar del millón de cosas que se pueden hacer fuera de un hospital. Colgó su bata, Blanca como ella, y se dispuso a irse. Sin mirar hacia atrás, sin pedir nada más, se enfiló al pasillo, con su decisión de siempre, pisando fuerte e intentando que no se notara el desgarro de separarse de la que ha sido su vida a tiempo completo estos últimos treinta años. Y, entonces, sintió el bullicio tan impropio de un centro hospitalario y los aplausos de sus compañeros, de celadores, administrativos, enfermeros, auxiliares y doctores, que quisieron darle un adiós emocionado. Y la dama de hierro, tantas veces inflexible si consideraba que la situación lo pedía, se emocionó. Aplausos, abrazos y besos serán su último recuerdo de una vida volcada en la sanidad.