Nómadas digitales en Lanzarote: ¿Bendición o amenaza?
- Carolina García Bustos
“Lo que falta no es tecnología, sino un ecosistema capaz de proyectar al exterior una narrativa distinta”
“Lo que para algunos sería una bendición económica, para otros podría convertirse en amenaza cultural y social”
Lanzarote es, desde hace décadas, uno de los grandes escaparates del turismo español. Cada año, millones de visitantes recorren la isla atraídos por sus volcanes, sus playas, su clima estable y la arquitectura en armonía con el paisaje que legó César Manrique. En el imaginario internacional, Lanzarote es sinónimo de vacaciones, desconexión y belleza natural. Pero basta con girar la mirada para descubrir un contraste sorprendente: mientras el turismo vacacional es una máquina consolidada que mueve masas, la presencia de nómadas digitales en la isla apenas llega a unos cientos. Según datos de Nomads.com, alrededor de 400 trabajadores remotos han elegido instalarse en Lanzarote, una cifra diminuta si se compara con los más de 1.400 de Fuerteventura, los 2.200 de Tenerife o los 2.400 de Gran Canaria.
¿Cómo se explica que una isla capaz de atraer multitudes no logre seducir a un sector en auge como el del trabajo remoto? En parte, la respuesta está en la percepción. Portales como Nomads List sitúan el coste de vida en Lanzarote en torno a los 4.350 dólares mensuales y reportan una velocidad media de internet de apenas 20 Mbps. Aunque estas cifras no siempre reflejan la experiencia real, condicionan la imagen global: a la hora de elegir destino, muchos profesionales optan por lugares que parecen ofrecer mejor relación entre calidad, precio y conectividad.
La paradoja es que la infraestructura técnica de Lanzarote es mucho más sólida de lo que esas estadísticas sugieren. El Observatorio Canario de las Telecomunicaciones señalaba en 2023 que la cobertura 5G no alcanza el 87 %, sino que se sitúa en torno al 75–76 %, aunque la capacidad gigabit de las redes fijas superaba el 90 % en las islas mayores, incluida Lanzarote. En Arrecife y otras zonas urbanas, las conexiones de fibra de alta velocidad son una realidad cotidiana. Lo que falta no es tecnología, sino un ecosistema capaz de proyectar al exterior una narrativa distinta.
Atraer nómadas digitales podría traer beneficios claros. En una economía fuertemente dependiente del turismo estacional, su llegada diversificaría las fuentes de ingresos y contribuiría a generar actividad durante todo el año. Su gasto medio es superior al del visitante tradicional: suelen alquilar por periodos largos, consumir en restauración y participar en actividades culturales. Además, traen consigo redes globales y conocimientos digitales que pueden enriquecer el tejido local. No es casual que en febrero de 2025 se inaugurara en Arrecife el “Coworking Digital Lanzarote”, impulsado por la Cámara de Comercio, el Cabildo y la Fundación Incyde, con espacios de trabajo, estudios audiovisuales y actividades de networking.
Pero el debate no es unívoco. Una llegada masiva también podría tener efectos indeseados. La experiencia de ciudades como Lisboa o Barcelona muestra cómo la instalación de profesionales extranjeros con mayor poder adquisitivo puede disparar el precio de la vivienda y tensionar el mercado local. En una isla pequeña y con recursos limitados, la presión sobre el agua, la energía o el alojamiento sería difícil de ignorar. Además, existe el riesgo de que los nómadas vivan en comunidades paralelas, apenas conectadas con los residentes, reproduciendo una lógica de burbuja. Lo que para algunos sería una bendición económica, para otros podría convertirse en amenaza cultural y social.
El dilema es compartido a nivel nacional. España ocupa el primer puesto mundial en el Digital Nomad Index 2025 de VisaGuide, con una puntuación perfecta de 5, gracias al buen equilibrio entre conectividad, calidad de vida, turismo y marco legal favorable visaguide.worldfintechnews.chThe Indian Express. El país ofrece un marco legal favorable, pero cada territorio compite por traducirlo en proyectos concretos. Gran Canaria y Tenerife han sabido construir comunidades muy visibles, con coworkings, colivings y eventos recurrentes. Lanzarote, en cambio, aún no ha dado ese salto cualitativo y parece debatirse entre dos caminos: competir en volumen o apostar por diferenciarse.
La isla cuenta con un historial de turismo sostenible, reconocido con el sello Biosphere Responsible Tourism, que podría convertirse en un argumento diferencial. Quizás no se trate de atraer a miles de nómadas a cualquier precio, sino de consolidarse como un refugio selectivo, una isla creativa y responsable donde la calidad de vida y la autenticidad cultural pesen más que la masificación.
Lanzarote ya posee lo esencial: infraestructura de última generación (aunque la cobertura 5G no es tan alta como se pensaba), atractivo internacional y proyectos en marcha. La verdadera pregunta no es si puede convertirse en un polo global de nómadas digitales, sino si quiere hacerlo. Tal vez su fortaleza resida en no aspirar a ser la “nueva Lisboa” ni el “próximo Berlín”, sino en defender aquello que siempre la distinguió: ser un territorio donde el paisaje, la cultura y la vida encuentran un equilibrio singular.