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Personas (todos y todas)

El artículo 14 de la Constitución Española lo recoge sin ambages: los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Lo mismo impera en el sentido común y la racionalidad de la gente del siglo XXI. Pero, después, se va diluyendo en la sociedad de manera significativa, alcanzando sus mayores cotas de deterioro en las zonas y ámbitos más desfavorecidos, elevando las dificultades de las mujeres, sometidas incluso a través de la violencia, a situaciones inverosímiles. Pero no solo en esos ámbitos, ya que hay pautas de comportamiento claramente discriminatorias para las mujeres de forma generalizada, que pasan desapercibidas para la mayoría de la población pero que asfixian y enferman a sus sufridoras.

Al igual que este año se está ante un movimiento internacional que lucha por visibilizar la situación con el propósito de erradicarla, hay que cuestionar los cimientos de nuestra cultura. Que se ha asentado en un planteamiento patriarcal.  De hombres que ha visto a la mujer más como un complemento suyo que como un ser plenamente independiente, con capacidad de decisión inteligente, y a su misma altura intelectual y emocional. Ha habido un claro dominio sobre una parte de la población (las mujeres) sometida a la otra parte (el hombre). Durante tantos años y de forma tan generalizada, que no sólo ha sido un sistema que se ha reproducido en todas las familias sino que, además, las mismas madres que sufrían la cosificación de sus maridos trasmitían los valores machistas de dominación a sus hijos como de sometidas a sus hijas. Instalado de forma generalizada en toda la sociedad, en todas las capas sociales y clases, llega el momento en el que se considera un comportamiento normalizado, casi natural, fruto de una selección natural, cuando, al revés, se trata de una manera de relación impuesta.

La dificultad de desenmarañar completamente esos hilos conductuales y comportamientos aprendidos y heredados es inmensa. Aún así, en las sociedades más desarrolladas se han conseguido avances importantísimos, entre las que hay que colocar a la española y canaria, aunque mantengan taras propias también de su tardía incorporación a la democracia y a una dictadura que fue especialmente cruel con los derechos de las mujeres. A pesar de todo, los avances son muy significativos. Y lo que es más importante, cada vez son más los que se suman a la causa de la igualdad (más mujeres que hombres, pero también hombres), comprometiéndose en la lucha, visibilizando sus consecuencias y poniendo sobre la mesa hojas de ruta que nos saquen de esta situación.

Que haya políticas, juezas, policías, militares, abogadas, deportistas, ingenieras, médicas, periodistas, recepcionistas, directoras y gerentes de empresa, obreras, conductoras de guaguas, maestras ayuda enormemente a que se escenifique lo que ya debería ser una realidad: Que los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos, las mismas oportunidades, los mismos salarios y el mismo respeto que los hombres. Por eso hace falta que sean todavía más mujeres, que estén en más sitios y en mayor número. En esta lucha, vale más que pequemos de discriminación positiva, como evidencia de cambio real, que dejarnos llevar por un abuso histórico que raya la lesa humanidad. También ayuda que cada vez haya más hombres amos de casa, que ayuden en la crianza familiar de los hijos y que se comprometan con el derecho del núcleo familiar en la igualdad. No solo de los hijos, también de sus compañeras sentimentales.

A estas alturas, deberíamos tener claro que no cabe otra sociedad que la sostenida por personas con idénticos derechos y obligaciones. Donde no sólo se recoge a hombres y mujeres sino a su amplio arco iris de manifestaciones sexuales, culturales y políticas.

Ya estamos ante esa realidad. Ya solo falta que se reeduque y desengañe, del error histórico en el que hemos estado sumidos, a aquellos que, por sí mismos, no tengan la capacidad o la voluntad de poner fin a un abuso que subyuga a personas por preservar unos privilegios que los alejan de la razón y les hunde en las insostenibles miserias humanas.       

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