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Conectar con la vida

Zambullido de pies a cabeza en el trabajo más de la cuenta por la celebración durante dos meses de un programa de eventos que requería mi máxima atención como redactor y creador de contenidos audiovisuales, recordé una de esas valiosas lecciones de mis viejos que no necesitas que te las reciten como si de aprender las tablas de multiplicar se tratara,  basta con observar y coger recortes.

Trabajar lo que haga falta entendiendo que eres una pieza más en el engranaje de un equipo que tiene el compromiso, más que la obligación, de dar resultados, comprender que el aprendizaje no acaba jamás, irte a dormir más o menos tranquilo con la satisfacción de las tareas cumplidas, evaluar el rendimiento y el producto final, consecuencia del primero, y descansar después del tsunami aprendiendo a vivir medianamente desconectado.

Así como lo das todo en el trabajo, también es saludable darlo todo en el descanso, que tampoco supone estar 24 horas de juerga. Pasarlo bacano (a lo bien) en familia, integrarme y ‘mamar gallo’ (vacilar) con los bróders es suficiente, al menos para mí, sin embargo, aunque dispongamos de tiempo de asueto, no está siendo fácil conectar con la vida.

El uso excesivo de la tecnología en horas de ocio nos aparta del verdadero descanso, merma nuestra salud física y mental y nos deshumaniza. Sabemos que ninguna máquina es capaz de reemplazar la comunicación directa y las relaciones interpersonales, pero ahí siguen ganando terreno y comiéndonos el coco (cerebro).

Si hacemos el ejercicio de leer pasajes de clásicos de la literatura universal o crónicas periodísticas de antaño podemos hasta sorprendernos con las descripciones narrativas sobre lugares y ambientes donde las personas sabían divertirse hablando y disfrutando de la compañía y de la naturaleza, un mundo antiquísimo sin electricidad y sin máquinas, pero también un mundo reciente donde el confort no era capaz de apartarnos de la socialización. Recuerdo otra vez a mis viejos.

Sin darnos cuenta, el vértigo y la fatiga por las prisas cotidianas nos quita ilusiones, charlas distendidas, tiempo para escuchar la magia de la radio, tiempo de lectura de poesía, prosa y hasta de textos puramente informativos, y tiempo y tiempo y tiempo. La tele y la telebasura es el refugio para “descansar”; paradoja que en ese rectángulo de tantas pulgadas busquemos desesperados las aventuras, los encuentros, las ilusiones, las alegrías o incluso los héroes solidarios que pasan por delante de nosotros en nuestro camino del día.

Echamos horas y horas buscando protagonistas de papel y resulta que los protagonistas de emocionantes películas somos nosotros y nuestro entorno.  Después  del covid volvemos poco a poco a la antigua normalidad, igual de adormecidos contemplando el destino de seres a veces inexistentes. También es de tontos  anhelar eternamente un pasado romántico o despreciar la tecnología, al contrario, la necesitamos, pero la máquina más poderosa es nuestro cerebro y nuestra la decisión de conectar con la vida, seguramente una forma más divertida y saludable de trabajar, estudiar o descansar.

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