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Viaje a la retina en argón

 

Me veo bocabajo, tirado en la cama, con un ojo dolorido que apenas me proporciona visión alguna y con la amenaza de que la cosa va para largo. Me acabo de operar del desprendimiento de retina que echó una cortinilla a mi ojo derecho y apagó toda actividad más allá de mirar al suelo. Aunque muchas veces antes, en múltiples batallas, entendí que me jugaba un ojo de la cara, es ahora cuando noto, en toda su extensión, la verdadera imagen de aquellas exageraciones.

 La operación de un desprendimiento de retina es una cirugía de envergadura que se complica más si eres de Lanzarote u otra isla en la que no se practique esta técnica. A la molesta presencia del gas argón en tu ojo, imprescindible para pegar la retina después de la intervención, tienes que sumar viajes de ida y vuelta a Gran Canaria en barco, seis horas para allá y seis horas para acá, mirando para el suelo e intentando dormir bocabajo mientras el barquito afronta la travesía. Ya dejas de mirar con indiferencia los avisos por fenómenos costeros y de oleaje. No es muy cómodo estar atento a la vomitera mientras intentas mantener la mirada al suelo por exigencias del guion oftalmológico. No había dicho que no se puede volar con el ojo lleno de argón porque este gas, con el aumento de la presión, puede acabar con él. No hay más opción que embarcar, apenas dos días después de estar cuatro horas en un quirófano, y olvidarse de que Lanzarote está a media horita de Las Palmas para soportar 360 minutos de travesía en barco. El hecho de que estuviéramos en alerta no fue más que una triste coincidencia.

Ya llevo un mes con el ojo derecho medio cerrado, ausente de mis actividades habituales, dudando si sufrí un desprendimiento de mi rutina en lugar de uno de retina para sumirme en otra más restringida y exigente. Observo la lenta retirada del argón como victorias gigantes, aunque ese manchón negro con borde rojo amenace con estar todavía mucho tiempo más en mi retina. Le hago llegar el tratamiento en riguroso y tedioso horario, gota a gota. Y me vuelvo a tirar bocabajo en la cama, para sacar la cabeza por un lateral y mirar al suelo con la misma fe que otros miran al cielo. Allí he visto series de vikingos, de sucesores designados, del imperio romano y de Troya, entre otras películas y documentales, en el IPad. Todo por el ojo, para que el argón se venga hacia adelante y se extienda por todo el frente del ojo y favorezca un buen acabado de la retina.   

No sé si Lanzarote tiene o no población suficiente para que el servicio de oftalmología dispusiera de retinólogo  y se pudieran hacer estas cirugías en la isla. Sí sé que no soy el único que ha sufrido un desprendimiento aquí. Ni tan si quiera soy el único que lo está pasando en estos momentos. Basta con acercarse al muelle y ver los “cabeza agachadas” que embarcan en el Armas destino a Gran Canaria, con un ojo medio cerrado y miradas furtivas, totalmente indefensos, mientras sus acompañantes cargan con la maleta y les ayudan a subir. La cosa consiste en seis horas para allá, dos días de estancia en Gran Canaria, hotel y seis hora de vuelta otra vez para una revisión de diez minutos. Por el momento, no hay otra manera, el argón impide que se pueda hacer en una mañana, con vuelo de ida y vuelta. Y tampoco se vislumbra que alguien entienda la mala rutina de la cirugía del desprendimiento de retina.

 Soy el paciente. Pero estoy impaciente. Me vuelvo a mirar al suelo. Ahora ya son sesiones más cortas, de mañana y tarde, pero sigue prohibido estar bocarriba, mirar al cielo. El argón manda. Cuesta un ojo de la cara.

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