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Lorito, lorito, dime que soy el más bonito

Nunca había comprobado la veracidad de un adagio popular como lo he sufrido ahora.

Siempre he sido contrario a pensar que aquel que no actúa como un delincuente, un dictador o un abusador es porque no ha tenido la oportunidad de serlo. Me decían, lo he oído en muchas ocasiones, que aquellos que aspiran al poder, ni ellos mismos son conscientes de lo que harán para mantenerlo si llegan a conquistarlo. Siempre me parecieron estas afirmaciones una creativa forma de defenderse los cercanos a sátrapas, antidemocráticos y corruptos.

Pero hay veces que la rutina se rebela para darte casos que podrían echar por tierra tus convicciones más firmes. Y este caso ha sido especialmente revelador y triste. Significativo y sangrante. Inesperado y cruel. Pero, sobre todo, ha sido un golpe tremendo para quien cree que el hombre bueno lo es por naturaleza. ¡Leche machanga! Dentro de un témpano de hielo se puede esconder un cráter a mil grados centígrados de calentura.

Oírle decir en voz alta, en público, sin recato ni respeto, que él se merece que le digan lo bonito que es. Que escudara su argumento en los cientos de miles de euros que gasta su administración en medios de comunicación, me dio una idea de hasta dónde llegaba el delirio del pequeño saltamontes público. Se estaba declarando, sin reparo ni informe negativo de intervención, en un malversador de fondos públicos, destinando los recursos de los ciudadanos a enaltecer su figura y personaje político. Se le fue el baifo. Se retrató, se hizo un selfie del alma, quien gasta miles de euros públicos en hacerse fotos al lado de cualquier obra o servicio que paguen sus contribuyentes.

Animado por otro que no perdió la oportunidad de meter la mano en la bolsa cuando tuvo oportunidad, y un tercero que no quiere que su futuro se le vaya por la barranquilla, se cree el supermán misógino que tiene que olvidar a los que le precedieron para poder sobresalir. Con más razón, si es mujer.

Acostumbrado a que los loritos le hagan de coro, unos para tener la barriguita llena y otros para seguir en el foco público, a cambio de un trozo del pastel y una bolsa de manises, se ha topado, para mejor gloria, con quién no acepta prebendas que vayan en contra de su propia libertad.

Algunos de ustedes querrán saber el nombre y tendrán hasta los apellidos. Ahora, no. Pero quizás antes de que el gallo tenga que cantar en su corral para ganarse el apoyo de sus vecinos. Que le apoye quien quiera, pero que sepan que la cresta, plumaje y argumentario se los preparan a conciencia a coste cero para él. Pagan ellos. ¡Otra ronda, por favor! ¡Quiquiriquííííí!

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