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Quién no trabaja en Lanzarote

 

Si usted le pregunta en Lanzarote a cualquier persona empleada quién no trabaja en la isla le contesta rapidito. Todavía más rápido si el interrogado es empleador o empresario. La respuesta es sencilla: en Lanzarote el que no trabaja es porque no quiere o porque no ha llegado todavía a la isla. La respuesta considera que cualquier residente que quiera trabajar lo hace desde ya mismo. Y, además, sugiere que el foráneo que aterriza en Lanzarote acaba trabajando desde que pone un pie en la primera empresa demandante de trabajadores que, ahora, momento boyante en el sector turístico, son casi todas.

Sinceramente, sorprende esta respuesta en una isla en la que el 16,54% de la población activa está desempleada. Sorprende que en una isla que tiene esa visión de sí misma el paro este muy lejos de estar en cifras por debajo de la media nacional. De hecho, Lanzarote, para que se intente digerir, está con una tasa de paro cinco puntos por encima de la medida nacional (12,67%). Entonces, en qué quedamos. ¿Somos una isla que roza el pleno empleo o somos una isla que tensiona sus parámetros de sostenibilidad con una importación de mano de obra claramente insostenible mientras se enquista la pobreza en una parte significativa de la población?  

Está claro que el crecimiento que experimenta la isla en los últimos años no integra a una parte de la sociedad lanzaroteña que queda excluida del mercado laboral sin que se busque una solución al problema. La redimensión de la estructura productiva parece ya una necesidad imperiosa para impedir que se siga aumentando la población de la  isla, tensionando con ello todos los servicios y empeorando los niveles de bienestar social. Con una entrada masiva de trabajadores europeos es imposible equilibrar las fuerzas de empresarios y trabajadores para mejorar las condiciones económicas. Además, no incentiva la formación y contratación del personal excluido.

En noviembre, el paro registrado en Lanzarote se quedó en 9.227 personas, más de la mitad de ellas viven en Arrecife, 4.753.  De cada diez parados, seis son mujeres. De cada diez parados, seis son de larga duración. De cada diez parados, seis tienen más de 45 años. De cada diez parados, 6 tienen solamente estudios primarios. El grueso de los parados lanzaroteños está arrinconado entre la exclusión por la edad, por la falta de formación y por el hábito de no trabajar. En estas cifras, las más duras, seguramente también se esconda la picaresca, la economía sumergida, la compatibilización de la paga del paro con ingresos de alquileres más o menos encubiertos y las chapuzas con trabajos tradicionalmente ajenos a la seguridad social como el desempeñado en el cuidado de personas y limpiezas domiciliarias o arreglos varios vinculados a pequeñas reformas de viviendas familiares. No es ningún disparate que en Lanzarote pueda haber más de 5000 personas columpiándose en esa realidad medio subsidiada y medio encubierta, especialmente en los de larga duración y mayores de 45 años.

En cambio, en los menores de 25 años, se refugia uno de cada veinte parados. Y entre los 25 y 44 años, tres de cada diez parados. Y aquí es donde parece que se tiene que poner toda la intensidad de la administración para reconducir la situación e impedir que estos trabajadores no ocupados acaben siendo desempleados de larga duración. Cuatro de cada diez parados tienen menos de 44 años, uno de cada diez menos de 25 años, personas mayoritariamente con un nivel formativo bajo, entre estudios primarios y secundarios que necesitan de una reorientación para consolidar plazas en un mercado laboral dinámico como el Lanzarote. Más de 4000 residentes lanzaroteños en edad de trabajar, menores de 45 años, están en el paro. Al mismo tiempo que las altas en la Seguridad Social en el pasado mes de noviembre se cerraron con 69.444 apuntes, 5.397 más que en el mismo mes del pasado año 2021. Hasta que no consigamos casar las cifras de paro de residentes menores de 45 años con altas en la seguridad social, la bola seguirá creciendo.

 Habrá una masa poblacional que consume, que ocupa vivienda, que demanda ayudas sociales y que no trabaja mientras, al mismo tiempo, siguen entrando miles de personas a trabajar en la isla que no tienen casas para vivir, que demandan servicios y tensionan los precios por el aumento de la demanda. Y, seamos serios, la especializaciones del sector servicios, especialmente en el subsector turismo, no necesitan formación superior, universitaria. Si acaso habría que caer en que si para trabajar en el turismo hace falta saber hablar inglés y que nuestras demandas de trabajo provienen de ese sector, cómo es posible que medio siglo después de la eclosión de esta actividad en la isla seguimos dando el mismo inglés en los colegios a nuestros hijos que le dan a los niños que viven en ambientes industriales o comerciales.

Cómo es posible que cualquier europeo, da lo mismo que venga de Inglaterra, Holanda, Dinamarca o la Republica Checa, consigue trabajo aquí, en nuestra casa, antes que los nuestros, exclusivamente porque superan a nuestros chicos en el dominio del inglés, y sigamos sin orientar su formación a cubrir ese déficit. Las matemáticas son muy importantes, pero si no sabes inglés, en Lanzarote, te sirven para contar los días que llevas en el paro. No hace falta que sean políglotas, pero sí que sepan idiomas. Los jóvenes de los años 60, que se tropezaron con la implantación del turismo en la isla cuando venían de despimpollar tomateros, consiguieron comunicarse con los extranjeros a trancas y barrancas. Y tuvieron mucho mérito. Pero que a estas alturas, con el nivel económico y educativo que tienen las islas, y especialmente Lanzarote, venga cualquiera de fuera y cubra una plaza de trabajo por hablar inglés y no hagamos nada, me parece realmente tercermundista. Y que esto esté pasando desde hace cuarenta años y no se haya armado una respuesta contundente para que nuestros niños crezcan hablando el idioma que le exigen en los puestos de trabajo que rodean sus casas, ya no me da rabia, solo me produce una enorme tristeza. Y una supina vergüenza. Con los miles de millones de euros de dinero público que han gastado en academias de amigos y amigas, que se han enriquecido sin piedad, dando cursos de contabilidad, informática y cosas parecidas mientras los chicos y chicas de los barrios más pobres de Europa se presentan aquí hablando inglés y quedan trabajando al momento. Y los nuestros siguen haciendo cursillos, siempre los mismos, pero cuando van a trabajar se quedan paralizados cuando le preguntan si hablan inglés. “Do you speak english? ¡Qué dices, cristiano! Y así seguimos.

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