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Los luchadores policías

 

Son inconfundibles. Altos, fuertes, nobles, serviciales.

Durante los años ochenta y noventa del siglo pasado, cuando ser policía local no tenía tantos derechos ni los sueldos que tienen ahora, no muchos querían ser el “aguafiestas” de los controles, el que aparecía en caso de peleas o aguantando jornadas maratonianas en las zonas turísticas o cabeceras de municipio, durante fiestas y eventos varios. Ellos dieron un paso adelante, encontraron un trabajo digno y aprendieron a ser buenos policías sin perder sus orígenes, ni su nobleza, ni su humildad. Alguno habrá, como en todos lados. Pero yo recuerdo a Mamelo Cañada, Celso Betancort, Arcadio Tejera, Leon Acosta, Nando Marrero, Pedro Cañada, José Miguel Morín, Antonio y Pedro Rodríguez, por Tías, entre otros muchos, y ya eran personas respetadas por su entrega y pundonor en el terrero. Además, conocían a los vecinos e intentaban que los problemas se arreglaran sin más consecuencias.

Quizás esa historia en Lanzarote del luchador famoso que se convertía en autoridad con gorra y uniforme de guindilla la iniciara, y además con mucho éxito, Heraclio Niz “Pollo de Arrecife”, en los años cincuenta del siglo pasado. Heraclio era todo un personaje. Lo mismo te hacía reír con uno de sus numerosos chistes “made in Heraclio” que te ponía firme con una seriedad absoluta. A pesar de sus bromas, era un hombre enormemente responsable y se identificó mucho con su papel de policía y mucho más con el de jefe de la policía. También su hijo Heraclio, que fue también luchador, siguió su estela de policia local. 

Pero fue en los años ochenta, cuando empezó a cuajar el binomio luchadores y policías. Al principio, fue fácil por la enorme demanda de policías locales que exigían los crecimientos poblacionales y turísticos de los municipios y la poca oferta. Pero, con el tiempo, se fue complicando más la cosa. Al mejorar las condiciones, ya empezaban a optar otras muchas personas. Y, entonces, solo los puntales de los equipos de los municipios, con más o menos manga ancha, conseguían plaza en el cuerpo local. Con el tiempo, las exigencias para entrar son mucho más difíciles, han aumento la formación académica mínima y son muchos, incluidos graduados universitarios, los que compiten cuando salen plazas. Posiblemente, estemos ante un cambio histórico en este sentido. La ley que permite la jubilación de los policías a los 60 años está vaciando nuestras policías de luchadores. Y es una pena.

Los luchadores, a pesar de que muchos tienen una limitada formación académica, han demostrado una capacidad innata de adaptación al medio. Supieron gestionar la ascendencia que tenían en la población local por sus virtudes como deportistas para interactuar con ella, sin despertar sospechas ni necesitar utilizar la fuerza. Lejos de lo que pudiera pensarse, el luchador no es violento, está aclimatado a la confrontación extrema bipersonal sin despertar ira. El luchador haría cualquier cosa por derribar a su contrario, pero sería el más afectado si en el lance malhiere a su rival. Esa filosofía la lleva debajo del uniforme y se enfrenta a la realidad con el propósito de salir airoso, agradando a las partes y sin  hacer daño a nadie. No creo que haya mejor espíritu para atender las exigencias de un policía.

 Reconozco que a mí me gusta pasear por la Avenida de Playa Honda y encontrarme a los luchadores Mario Perdomo o José Javier Hernández haciendo su trabajo de policía o por Teguise y saludar a Paquito, recientemente retirado también. O llegar, en tiempos pasados, a Haría, Arrecife o Tinajo y encontrarme a los tristemente ya fallecidos y excelentes puntales Tony Martín “Pollo del Puerto”, Sixto Rodríguez y Carmelo Guillén, respectivamente, de guardia por la zona. O al hariano Marcos de León, con el que pegué en mis tiempos mozos, o a Angel Domingo, a Luis Tejera, Collado u otros muchos. 

Ahora, por razones de la edad, poco a poco van colgando la ropa y se jubilan. Y eso está muy bien para ellos. Pero, lo malo, es que los luchadores actuales, con mucho menos protagonismo social que tuvieron aquellos y con muchas menos personas practicando lucha y visitando los terreros, no acaban en el mismo número en los cuerpos municipales. Me consta que quieren, pero las exigencias académicas y la competencia les desbordan. Aunque hay casos, como el del hijo de Sixto, otro Sixto más y luchador, que se ha preparado a conciencia para reunir las exigencias académicas, deportivas y físicas y ha afrontado el periodo opositor con éxito. Y ese debe ser el camino. El luchador no debe salir tan pronto de la aulas, deben formarse para optar a puestos como estos, además de a los que cada uno quiera, donde tienen antecedentes de compañeros irreprochables. Siempre digo que para ser un buen luchador hay que se enormemente inteligente. El secreto está en cómo canalizar esa inteligencia en la formación reglada. Afrontando ese reto, saldremos ganando todos.

Tengo la impresión de que los cuarteles de las policías locales se han ido vaciando de policías al mismo tiempo que los terreros se han ido también vaciando de público. Así que quiero pensar que si conseguimos que la lucha atraiga a más gente, tanto de público como a luchar, se volverá a estar al nivel de exigencia. De esos y otros puestos. Porque la lucha canaria necesita que gente académicamente formada y comprometida con nuestro deporte vernáculo le dé el impulso y la consideración que se merece.

Por el momento, me emociono viéndoles ser noticia por jubilarse de policías con un historial intachable y aprovecho para recordarles en sus noches de héroes populares.

 

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