PUBLICIDAD

TOCA YA UN AÑO BUENO

 

Hoy me he levantado más pronto que ayer.

No quiero perder tiempo para despedir este año y el trienio que forma con los dos anteriores. No son los peores de mi vida, pero sí los peores que se han producido de forma continua. Por supuesto, hay pérdidas personales que me hundieron en la tristeza absoluta, de duelos largos y dolorosos. Pero nunca había pasado tanto miedo e incertidumbre, mezclada con dolor y pena. Llegué al 2020, todavía de duelo por el fallecimiento de mi hermana Flora. Otra hermana que caía devorada por un cáncer.

Mi madurez empezó a los 15 años, en un septiembre caluroso, en el que perdí a mi hermana mayor, Mary. Era un niño que perdía a su segunda madre, su ida me provocaba un dolor desconocido, que estremecía mi cuerpo flaco y estirado, con punzadas violentas en el pecho. Lloré desconsoladamente. Ahora, era Flora, también con un largo periodo de entradas y salidas hospitalarias. El llorar a la segunda me hacía recordar también a la primera. Pero ya peino canas, he combatido en numerosas batallas y todo apunta a que tengo que recoger el golpe y seguir para adelante hasta que sea yo el que encabece la esquela.

El 2020 tardó apenas un trimestre en demostrarnos que lo que pasa en el mundo nos afecta. En recordarnos que vivimos en una isla abierta al mundo hasta el infinito. Que sin los de fuera no somos nadie aquí dentro. Y se nos cayó el mundo. Y nos escondimos en nuestras casas. Y temimos por la vida de los nuestros, por nosotros mismos. Nos asustamos por ver nuestras calles vacías, nuestros hoteles cerrados, nuestros trabajos sin hacer. Y encontrarnos sin armas para luchar contra nuestro enemigo. El SARS COV2 se movía con absoluta libertad inoculando la Covid-19 a propios y extraños. Tardes de encierro, aplausos a las siete y carencias a todas horas. Parecía imposible salir de aquel bucle impuesto por un virus.

Pero la comunidad científica siguió trabajando a destajo y empezaron a prosperar las vacunas. En el 2021, nos despertábamos esperando la llamada del centro de salud para recibir nuestro pinchazo de la esperanza. Y así fuimos tirando, aunque las mutaciones del virus hacían peligrar lo conseguido y aumentar el número de pinchazos. Ya vamos por la cuarta. 2021 fue un año malo, con pasitos adelante que eran pasitos atrás días después. Para todos, mal de muchos, consuelo de tontos. Pero a mí se me agravó con nuevas enfermedades en mi entorno y el desprendimiento de mi retina en un ojo y de vítreo en el otro. Acabé el año 2021 con la vista mermada, cuando ya parecía que no me podía pasar nada peor. Incluso, para que supiera que el mal no tiene fin, el día 31, en lugar de explotar en espuma la botella de champán, fue la tubería de la cocina la que me convirtió en una piscina la casa. Estuve a punto de llamar a un chamán pero me conformé con que viniera el fontanero del seguro. No fue la mejor manera de acabar 2021 pero, lo peor de todo, es que auguraba un mal año 2022. Y así fue.

El 2022 ha sido un año duro. Con dos operaciones latosas, de retina y cataratas, con meses de inactividad profesional y un primer semestre de pesadilla. Pero me gusta ser positivo. El segundo semestre ha actuado como una prometedora lanzadera al 2023. Por eso quiero pensar que será un año bueno. Que pase como al inicio del trienio que empecé mal solo y acabe en el mal de todos. Pero al revés, que comience en mi mejoría personal y desemboque en la mejoría que se nota en la isla con el regreso del turismo y rebrote de la actividad económica. Ahora, la cosa va moderadamente bien. Con algunas decepciones imprevistas, pero bien. Nada pasa en el camino de uno que no se fuera fraguando despacito en nuestro interior o en del otro u otra. Nada es tan simple como el momento en el que se produce. Un instante viene precedido por un montón de tiempo inapreciable o inapreciado.

Espero el 2023 con muchas ganas. Con mucha curiosidad. Con un enorme deseo de que este sí sea un año bueno. Para todos, pero también para mí.

¡Feliz Año Nuevo. Feliz 2023!

Escribir un comentario

Código de seguridad
Refescar