“De Insulis Et Earum Propietatibus”: las Islas Canarias en el tratado enciclopédico medieval (Islario) de Domenico Silvestri
- Alfonso Licata, presidente del Comité Internacional para las Celebraciones del VII Centenario del redescubrimiento de Lanzarote y Canarias por el navegante italiano Lanzarotto Malocello y presidente de la Sociedad Dante Alighieri-Comité de Canarias
La historia moderna de Lanzarote y Canarias comienza con el redescubrimiento del Archipiélago por el navegante italiano Lanzarotto Malocello, que tuvo lugar en el año 1312.
Las Islas Canarias aparecen por primera vez, con sus nombres, en el planisferio de Angelino Dulcert en 1339 y desde entonces fueron reproducidos, cada vez más perfeccionados, en las cartas náuticas posteriores. De considerable importancia, en el contexto de la información geográfica de las islas en general y de Canarias en particular, tiene un tratado específico escrito por Domenico Silvestri en el año 1406, denominado “De insulis et earum proprietatibus”.
El “De insulis et earum proprietatibus” podemos definirlo como una especie de Enciclopedia Universal Insular de su tiempo con algunos rasgos formales marcadamente medievales como puede ser su enciclopedismo, la organización a modo de diccionario ordenado alfabéticamente, etc., pero también salpicada de noticias más o menos recientes, como la referida a la expedición de Niccolò da Recco a las Canarias o la información sobre Irlanda obtenida de primera mano del obispo Milo, las cuales presagian los futuros descubrimientos geográficos y representan los primeros pasos de la inminente renovación cultural del Trecento italiano.
Nuestra obra está compuesta de un Prefacio, verdadero programa de intenciones, en el que Silvestri expone el método a seguir, además de otras cuestiones, y del texto insular propiamente dicho, en la que 900 lemas insulares se organizan alfabéticamente a lo largo del tratado. Comienza Silvestri el Prefacio del De insulis declarando abiertamente cuál ha sido su principal propósito a la hora de componer su obra, esto es, completar el De montibus et silvis, de fontibus et lacubus et fluminibus ac etiam de stagnis et paludibus nec non et de maribus seu diversis maris nominibus de Giovanni Boccaccio, quien a su vez tuvo como modelo y fuente la obra casi homónima de Vibius Sequester. Así es, el insigne poeta florentino se había olvidado (o quizá lo había “esquivado”) de recoger en su tratado geográfico un apartado dedicado a las islas, asunto que no pasó desapercibido a Silvestri, quien así opinaba sobre el motivo insular: «plura enim et relatu digna mentemque admiratione motura et lectu seria scituque iocunda gesta ac visa leguntur in insulis quam paludibus, stagnis, lacubus vel in silvis».
Añade además que pretende adoptar el mismo método utilizado por Boccaccio en su tratado, es decir, reunir en una sola obra todas las noticias sobre islas que se encuentran esparcidas en los textos antiguos, tal y como otros lo habían hecho con los ríos, lagunas, pantanos, etc. No obstante, el trabajo de Silvestri ha acabado por distanciarse notablemente del modelo boccacciano del cual partió, y no sólo por la cantidad de islas y fuentes citadas —que son mucho más numerosas y heterogéneas—, sino principalmente por el tema. A diferencia de Boccaccio, Silvestri introduce en su elenco también las islas conocidas sólo por los modernos.
El cuerpo de la obra consta de 900 lemas que corresponde a otros tantos nombres de islas bajo los cuales se organiza toda la información insular y cuya disposición sigue un orden alfabético bastante riguroso, salvo algunas leves alteraciones. La enumeración de las islas no es, al final del Trecento, una idea original (sobre todo tras la difusión del repertorio de Vibius Sequester), pero sin duda es una ardua labor. En general, aparecen en el De insulis islas de la geografía clásica, las de la tradición enciclopédica medieval y las más recientes adquisiciones debidas a las fuentes contemporáneas más aceptables.
Silvestri refiere de cada una de ellas la mayor cantidad de noticias de que dispone, dada su apasionada búsqueda de datos y su vastísima erudición. Es indudable que la figura de GIOVANNI BOCCACCIO (1313-1375) dejó una profunda huella en nuestro autor por muchas razones: tanto por la existencia de estrechos vínculos de amistad y de una relación maestro-discípulo, como por la simple convivencia intelectual y compartidas aficiones. Centrándonos en lo que significó como fuente para su islario, hay que señalar que Silvestri tomó material de cinco obras de Boccaccio: De casibus virorum illustrium, que en nueve libros recoge hechos de hombres ilustres, primero favorecidos y luego abandonados por la fortuna. Únicamente lo menciona una vez. El De montibus, silvis, fontibus, lacubus, stagnis seu paludibus, teniendo como modelo y fuente la obra casi homónima de Vibius Sequester, es un pequeño repertorio de nombres geográficos que se encuentran en los clásicos. Este trabajo se cita con mucha frecuencia en el islario, amén de haber sido la obra que indujo a Silvestri a componer el De insulis, como afirma en el prefacio de ésta. En su Zibaldone, Boccaccio transcribió un excerpta de tipo geográfico, extraído de la voluminosa Chronographia de fray Paolino Minorita y del tratadito De Mappa Mundi, al que conocemos como Descriptio maritime Syrie, citado una única vez por Silvestri. Silvestri hace uso también, para las noticias sobre Canarias, del escrito boccacciano De Canaria et insulis reliquis ultra Hispaniam noviter repertis, documento excepcionalmente importante para la historia de nuestras islas. Por último, la Genealogia deorum gentilium, un tratado que recoge, con interpretaciones morales y alegóricas, las fábulas antiguas. La utiliza constantemente Silvestri para los temas mitológicos, siendo la más productiva en este sentido, pues de todos es conocido el papel fundamental que juega en la transmisión de la Mitología clásica al Renacimiento.
Silvestri asì describe en su trabajo enciclopedico la Islas Afortunadas, hoy Canarias :
“Las islas Afortunadas, según escribe Guido de Rávena, no están indicando, con su nombre, que producen toda clase de bienes; es como si se las considerara felices y dichosas por la abundancia de sus frutos. Por su naturaleza, nacen frutos de los árboles más preciados; las vertientes de las colinas se cubren de vides sin necesidad de plantarlas y, en lugar de hierbas, nacen por doquier mieses y legumbres. De ahí el error de los gentiles y los poemas de los profetas profanos, que pensaron que estas islas eran el Paraíso por la fecundidad del suelo. Sobre ellas opinó quizá Virgilio cuando dice en el canto VI: «Llegaron a los lugares risueños y a los amenos vergeles de los bosques afortunados y a las sedes dichosas». Están situadas en el Océano, enfrente y a la izquierda de Mauritania, próximas al poniente y separadas entre sí por el mar abierto. De estas islas, como refiere Solino, se mencionan seis por sus nombres, a saber: Embriona, sin ninguna huella de edificios, como escribe Plinio, en cuyos montes hay un estanque con árboles semejantes a la férula, de los cuales se extrae agua amarga de los negros y agradable para beber de los blancos; otras dos, para las que consta el nombre de Junonia, aunque Marcial llama Ceodem a la tercera; la cuarta es Capraria, la quinta Nivaria, la sexta Canaria. En alguna de estas islas dicen que crecen árboles hasta ciento cuarenta pies de altura. Hay en ellas multitud de aves, árboles frutales que producen dátiles, gran cantidad de miel y leche, y abundan otras cosas, como se menciona en cada una de ellas. Según otros estas islas se llaman occidentales. En ellas, según informa Petrarca, hace poco penetró un navío armado de genoveses. Clemente VI dio a aquella patria como primer Príncipe a cierto varón ilustre, de sangre mezclada de los reyes españoles y franceses, que Petrarca atestigua haber visto. Refiere (este autor) que la gente de estas tierras, en comparación con casi todos los mortales, disfruta de la soledad, aunque es tosca en sus costumbres y por ello semejante a las bestias; que viven más por instinto de la naturaleza que por alguna elección de la voluntad y andan errantes en soledad, en compañía de las fieras o de sus rebaños.
La isla Canaria, así llamada por los perros que abundan, situada en el Océano Oriental, es una de las islas Afortunadas sobre las que hablaremos más adelante. En esta nacen perros de muchísima fuerza y tamaño admirable de los que, según cuenta Solino, el rey Juba tuvo dos. En ella se conservan restos de edificaciones. Tiene gran número de aves, es abundante en arbustos, palmeras que producen dátiles y pinos. Posee cursos de agua salubres en los que abundan sabrosos peces. Dicen que, cuando el mar está agitado por las tempestades, arrojan en él animales salvajes; cuando éstos se corrompen, impregnan toda la región con un olor repugnante por lo que no parece que sea adecuada la denominación de Afortunadas.La isla Canaria es otra diferente de la anterior, situada más allá de las Columnas de Hércules, es una de las islas descubiertas a las que arribaron dos ciudadanos nuestros, a saber, Angelino Teghia de Corbizis y Sobrino, de los hijos de Gherardino di Gianni, quienes zarparon de Lisboa con dos naves de las que una tenía como capitán al genovés Nicolao de Rocche, en compañía de otros muchos y de acuerdo con un plan, como se menciona más adelante en las Afortunadas. En esta isla, como han referido casi en nuestro tiempo los propios ciudadanos florentinos , primero en sus cartas y luego de viva voz, hay hombres y mujeres casi desnudos, que van junto a unos pocos cubiertos de pieles, y doncellas que no muestran ningún pudor ni vergüenza por presentarse desnudas, sin que ello se atribuya al decoro. No tienen vino, ni bueyes, ni burros, ni camellos, pero tienen cabras salvajes, jabalíes y ovejas. Son ricos en trigo, cebada e higos. A los que llegaron aquí se les apareció en el litoral una multitud de gentes que les pedía, según parecía por las señas, que descendieran de la nave. A pesar de que algunos se acercaron al litoral con pequeños botes para conocer mejor las costumbres de aquellas gentes y el estado de la isla, sin embargo, no se atrevieron a desembarcar. No obstante, de entre los que nadaban, como si se divirtieran cerca de los botes procedentes de la isla, fueron capturados cuatros y llevados a Sevilla. Eran imberbes, de hermoso semblante, desnudos, provistos sólo de unas bandas para cubrir los muslos. Tenían cabellos rubios y largos hasta casi el ombligo. Al dirigirles la palabra en varias clases de lenguas, no comprendieron ninguna. Pero, interrogados por medio de señas, parecían comprender perfectamente y respondían también con señas. De miembros bien formados, no superaban nuestra estatura. Eran por su aspecto alegres y humanos aunque parecían audaces y fuertes, respetándose mucho mutuamente entre ellos. Honraban más a uno de ellos de quien las bandas que cubrían sus muslos estaban hechas de palmas, mientras que las de los demás eran de juncos. Cantaban dulcemente y danzaban casi a la manera francesa. Su comida era trigo, higos y cebada. Sin embargo, una vez que probaron el pan, lo apetecían extraordinariamente. Rechazaban el vino. En manera alguna conocían el oro, la plata, las espadas o armas de hierro, los collares, los vasos grabados o algún tipo de perfume, y parecía que nunca los habían visto, según se podía entender por sus señas y acciones. Entre ellos se mostraban muy leales, pues si se daba algún alimento a alguno de ellos, lo dividían equitativamente entre los restantes.
Capraria, situada en el Océano Occidental, es una de las Afortunadas. Se llama así por la abundancia de cabras y también de enormes lagartos por lo que casi no ha sido habitada y, por esto, el nombre de Afortunada, con razón, no parece convenirle.
Nivaria es una isla del mar Asiático, una de las Afortunadas, de las que hablamos más atrás, siempre con una atmósfera nebulosa y siemprenevada, de aquí le vino el nombre.
La isla Embriona es una de las islas Afortunadas, sobre las que hablaremos más adelante. Está situada en el Océano Occidental, en la que no existen construcciones, ni existieron hasta la época de Plinio. Las cimas de las montañas se humedecen por medio de estanques. Crece allí mismo un cierto tipo de hierbas a modo de cañas que llaman “férulas”, del tamaño de los árboles, de las que unas son negras, otras blancas. De las negras mana un jugo y líquido muy amargo, de las blancas, por el contrario, uno dulce y apropiado al paladar .
Iunonia es otra de las Afortunadas a la que se le dio su nombre por la misma causa que a la anterior. En ella, como dice Solino, todo es pobre. Ignoro por qué razón atribuyen el nombre de afortunada o bienaventurada a esta isla y a Embriona, de la que hemos hablado más arriba, dado que se dice que estas islas no son fértiles ni en viñedos, ni en olivares, ni en tierras para el trigo. Estas islas no son ricas en rebaños, ni en granos. No son abundantes en filones de oro, ni de plata. En cuanto a lo que fuera su muy glorioso y famoso nombre, se dice que nunca habitaron en estas islas buenos varones. Así pues, lo que en ellas hay es lo que merece el nombre de afortunado.
La isla Pluvialia, situada en el Océano Occidental, dice Plinio que dista de las islas Afortunadas doscientos cincuenta mil pasos y de la isla Junonia, seiscientos cincuenta mil. Afirma que en esta isla no hay agua, excepto la de las lluvias, por lo que se denomina Pluvialia.”
Alfonso Licata, presidente del Comité Internacional para las Celebraciones del VII Centenario del redescubrimiento de Lanzarote y Canarias por el navegante italiano Lanzarotto Malocello y presidente de la Sociedad Dante Alighieri-Comité de Canarias