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¡No es un sprint, es un maratón, estúpido!

 

Nos esperan batallas electorales reñidas (XXII)

Toda actividad exige un conocimiento y una experiencia. Por sencilla que parezca, necesita de una explicación y un contacto previo. Las campañas electorales también. Son muchos los que creen que una campaña electoral, que son esos quince días que utilizan los políticos para pedir el voto y hacer todas las tonterías que se les ocurren por su bien, para intentar superar las oposiciones populares que les llevarán a sentar sus posaderas en sillones municipales, insulares o parlamentarios, es cosa sencilla.

A muchos de los candidatos, los encuentras deseosos de llegar a ese periodo previo a la cita electoral, salivando como los perros adiestrados por Paulov, convencidos de que detrás de ese ruido mediático, cartelones, contenedores serigrafiados y hasta compra de votos, está esperándoles el deseado sillón. Y lo piensan todos, sin caer en la cuenta que hay siete, ocho y hasta diez candidatos por puesto, si sumamos todas las listas electorales que concurren. Y es esa aglomeración de ideologías, programas e intenciones de repoblación de despachos y áreas públicas las que les impiden entender que Paulov lo que demostraba era todo lo contrario. Precisamente, que no siempre detrás del estímulo está el objeto vinculado al mismo. Que sirve, fundamentalmente, para engañar. Para hacernos creer que si oímos la campana, o la campaña, o la sintonía del partido o vemos la pegada de carteles, detrás está esperándonos el carguito, sueldo y prebendas adyacentes. Exactamente como hacen ellos mismos con los electores: aunque estos hace tiempo que dejaron de creer que, detrás de las promesas políticas, hay un compromiso cierto de ejecutarlas durante el periodo de ejercicio del cargo.

Entonces, no es difícil encontrarse candidatos de varias organizaciones políticas, iniciando la campaña el día uno de quince completamente revolucionados, desde la hora cero pegando carteles hasta el amanecer y, a media mañana, sin dormir, reclamando más participación y “más madera” para imponer el mensaje de su partido al de todos esos que compiten con ellos por un trozo de madera, de burra, o de farola para desplegar su ilusión impresa en colores del partido y con la imagen del candidato. ¡Están eufóricos!

Sí, eufóricos. Cuesta creer que sean los mismos que te encuentras este fin de semana. Apenas diez días después, con cinco días decisivos todavía por delante, completamente desfondados. Más cansados y temerosos que a los que se les hace de noche antes de entrar en la meta del ironman después de todo un día de natación, ciclismo y maratón. A estas alturas, ya saben muchas cosas que no sabían. Ya saben que el “puerta a puerta” no es ese encuentro idealizado con los votantes, sino que es el choque con la realidad en campo del enemigo. Hay ciudadanos que no te abren su puerta, otros que además te insultan y la mayoría recibe tu mensaje como si oyera llover después de estar diez días perdidos en la selva amazónica. También descubren que hay compañeros que se rajan a la hora de ensobrar, responsables de medios de comunicación que antes de abrirte el micro te vacían los bolsillos y líderes políticos que, cuando toca fajarse, se les caen los pantalones. Y muchas más cosas. Desde que no eran tan buenos para la oratoria, a recibir rapapolvos por conocerse un pasado suyo poco ajustado a su mensaje de divo cultivado en invernadero, acostumbrado a tener controladas todas las variables.

Ahora, cuando se acerca de verdad el sprint final, ya no sienten las piernas, ni tanto los colores y ven como lo que dice su líder no deja de ser tan manido como lo del rival contrario: un mensaje memorizado, hecho por los asesores de campaña a semejanza del individuo que se pone delante de la bandada de patos a cacarearlo como si fuera suyo. Algunos, incluso, llevan días viendo como el asesor se encara al candidato y le repite una y otra vez qué, cómo y cuándo debe decir lo que le repite con más cabreo que emoción, ante la poca práctica, gracia y estilo del empoderado por la organización.

En estos cinco días, se verán los verdaderos líderes, se verán los verdaderos afiliados. Pero, sobre todo, se verán los que no están dispuestos a abandonar su sueño de coche, sueldo y privilegios públicos. Y, sobremanera, quiénes han confiado en hombres y mujeres con experiencia la organización de estos días para llegar al cierre de campaña como si fuera el primer día de campaña, con la mejor sonrisa, con la mejor frescura, con el talante y el talento a flor de piel.

Las campañas no se improvisan. Se trata de las batallas mejor organizadas y más virulentas. La jerarquización y el dominio del campo son imprescindibles. Y la elección del momento, el tema y el lugar de las confrontaciones son fundamentales. La victoria estará más cerca de quienes cuenten con los mejores generales, la infantería más aplicada y mejor motivada y el mejor instrumental para saber qué está pasando en cada momento y cómo modificarlo sobre la marcha.

¡El que piense que esto es coser y cantar se ha equivocado de telar! ¡No es un sprint, es todo un maratón, estúpido!

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