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Espíritu comunitario

 

 

 

Las relaciones ‘no firmadas’ en la sociedad suelen ser auténticas. Por estas fechas de verano donde se desatan infinidad de celebraciones populares, reuniones familiares y fiestas patronales nos encontramos en espacios públicos y privados alrededor de algún motivo, y si no hay motivo especial, igual la pasamos bien, basta con reconocernos como seres sociables que disfrutamos del trato con otras personas y la vida en comunidad.

No hay invitaciones formales de por medio porque la convocatoria suprema son las ganas de participar. Las festividades de pueblo son un buen ejemplo del espíritu comunitario, y ya no solo por el jolgorio colectivo, sino por el trabajo de organización de vecinos y vecinos que se dividen responsabilidades y hacen compromisos para que todos tengamos el beneficio de disfrutar, que se agradece, y ahora después de la pandemia, mucho más, aunque no terminamos de espabilar y seguimos instalados en la sociedad del egoísmo, en la del yo por el yo.

Parece trivial, pero el trabajo comunitario es un espejo para los administradores públicos bajo el supuesto de que todas las políticas, recursos económicos, humanos y técnicos, y todo avance, cualquiera que sea el área de gestión de gobierno, debe ir encaminado a favorecer la comunidad.

En un ámbito más global, es una filosofía política contemporánea sencilla y compleja a la vez que rechaza el individualismo y los planteamientos neoliberales que apuestan más por el beneficio personal, la privatización de servicios públicos y competencia residual a la intervención de las políticas de Estado. Mayor producción, menor inversión social y más desigualdad.

Insistir en divorciarnos de la sociedad es caminar hacia el precipicio, lo que hacen muchos políticos y políticas que por mirar solo para su ombligo, guión, bolsillo y poder, dan la espalda a la sociedad real, la de verdad, que demanda más seres humanos y acciones de bienestar y cohesión.

El trabajo comunitario estrecha vínculos entre la persona y el grupo del que forma parte reforzando sus señas de identidad, llámese pueblo, asociación o colectivo. Los grupos artísticos o culturales dan buena cuenta de la importancia del trabajo en equipo sin anular la trascendencia y características individuales de cada persona, que en ese ejercicio de poner sus capacidades al servicio de un objetivo común, pues también se nutre y adelanta un valioso proceso formativo.

Nos seguimos enfrentando a “Don Dinero” y “Don Poder”, así que del compromiso de cada persona, que sumando hacemos comunidad, y de la dirigencia política, podemos intentar al menos avanzar hacia una sociedad menos desigual y egoísta que levante  su bota inquisidora para dejar de aplastar al otro.

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