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Muerte rápida, muerte lenta, pero muerte

Acostumbrado a escuchar informativos de radio de buena mañana, el  pasado miércoles me pilló saliendo de casa un testimonio tan absolutamente doloroso que preferí estacionar el vehículo, escuchar con total atención, tomar notas en el teléfono móvil y no reanudar la marcha hasta finalizar la entrevista que hizo la periodista Àngels Barceló en cadena Ser a Ricardo Martínez, responsable de logística  de la Unidad de Emergencias de Médicos sin Fronteras, que acababa de aterrizar en España después de cumplir durante un mes su misión como cooperante en Gaza.

Vamos, que lo que nos cuentan y vemos por los medios a diario, e incluso los  reportes desesperados y denuncias de Naciones Unidas, es solo una parte de la tragedia que sufren los gazatíes a manos de la barbarie del Estado sionista y asesino de Israel. Las intrahistorias vividas de cerca y contadas por Martínez  a corazón abierto son desgarradoras.

Me llamó la atención las peleas fratricidas que se están librando entre el mismo pueblo palestino por la ayuda humanitaria que llega a cuenta gotas, escasea el agua y la comida como escasean medicinas e insumos para los centros sanitarios que todavía quedan en pie. Es cuestión de vida o muerte, y si hay que enfrentarte a tu vecino para agarrar lo que se pueda, pues se enfrenta.

Los hospitales ya no son solo hospitales, “son pueblos”, en sus pasillos y distintas estancias, donde haya hueco alguno, vive gente que huye de los bombardeos, y alrededor de los centros pueden verse innumerables tiendas de campañas, aunque el estar refugiado en un hospital o cerca de él no es garantía de escapar de las bombas. Gaza tenía 36 hospitales y hasta el miércoles solo quedaban 11 abiertos, de los cuales solo 2 en la zona norte, la que llama “agujero negro”, donde el asedio es mucho peor y ni sabe ni se cuenta todo lo que envuelve el genocidio.

La Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios denunciaba este 14 de diciembre el acoso a instalaciones hospitalarias. El hospital Kamal Adwan, en Beit Lahiya, al norte de la ciudad de Gaza, fue asaltado por las tropas israelíes este miércoles por segundo día consecutivo “con informes de detenciones masivas y malos tratos a las personas retenidas”.

Retomando el relato del cooperante, siguió narrando con la voz quebrada la caída de un misil a menos de un kilómetro donde trabajaban él y sus compañeros de Médicos sin Fronteras: “llegaron 120 personas, 70 muertos, la mayoría niños y mujeres”. Sus compañeros sanitarios, continuó,  “estaban manchados de sangre y heces”, después de decir aterrorizado que “los niños defecan, abren sus esfínteres antes de morir de miedo”. La atrocidad tiene consecuencias sin límites: “mis compañeros tienen que seleccionar cuidadosamente a quién pueden salvar la vida...”, el resto está condenado a morir.

Vivir en Gaza es un desafío diario, amanecer vivo es un milagro y mantenerse también. La gente está muriendo de enfermedades infectocontagiosas por falta de medicinas, así como fallecen personas en los cuidados posoperatorios por falta de antibióticos.  El 91 por ciento de los gazatíes se acuesta cada día con hambre, así que ya no se sabe si es peor la muerte lenta o la muerte rápida producto de las bombas. “Y olvídate de diálisis, quimioterapias y otros tratamientos”, gente igualmente condenada a empeorar y morir, otro de los horrores de la matanza en directo, y todas estas personas no cuentan en las estadísticas como muertes en guerra.

El privilegio es tener baño y letrina para uso común de 300 seres humanos y una ducha para 500 personas.  La ONU explica que en los refugios superpoblados no se pueden gestionar las aguas residuales, empezaron las lluvias  y hay inundaciones que junto a la acumulación de residuos orgánicos son focos de mosquitos y ratas, “agravando aún más los riesgos de propagación de enfermedades”.

Pocos han sido los líderes del mundo como Gustavo Petro, el presidente de Colombia, que desde el primer momento ha hablado claro y directo exigiendo a Israel parar esta bestialidad. Esta semana, el presidente Biden después de escenificar su apoyo total a Israel, ahora, ante las crecientes denuncias y condenas internacionales, pide un cambio de gobierno en Israel lamentando que su primer ministro, Benjamin Netanyahu, no quiera “una solución de dos Estados”, en referencia al reconocimiento del Estado de Palestina.

Y qué dirá ahora la derecha española, lame culo de Estados Unidos, que tacha alegremente de “terrorista” a todo aquel que pide el reconocimiento del Estado  Palestino, ¿se atreverá ella y sus acólitos subordinados a señalar a Biden de terrorista, o hasta aquí les llegó su valentía?

Por conveniencia o ignorancia, o por todas las anteriores, obvian que desde el año 47 la ONU ha emitido cientos de resoluciones sobre el conflicto entre Palestina e Israel reconociendo dos Estados independientes, uno árabe y otro judío, con Jerusalén bajo el control internacional.  Y en un acontecimiento histórico, el 29 de noviembre de 2012, la Asamblea General de la ONU reconoció a Palestina la condición de Estado observador no miembro.

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