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El silencio que protesta, el arte y la calle

 

 

 

 

Esta semana de camino a casa escuché en una lista de reproducción aleatoria el temazo ‘With a little help from my friends’ (Con una pequeña ayuda de mis amigos), escrito por la dupla Lennon - McCartney, aunque la que me saltó fue la versión potentísima de otro talento británico, Joe Cocker. Su interpretación en el Festival de Woodstock 69 queda para la historia rockera mundial, solo hay que echar una visualización en YouTube.

Reproducir esta canción es reproducir las impresionantes imágenes de 500.000 almas reunidas durante tres días en una inmensa granja en el poblado de Bethel, estado de Nueva York, disfrutando de los directos de Cocker, Santana,  Janis Joplin, y Jimi Hendrix, entre otros ilustres que figuraban en el cartel de más de treinta artistas.  

Una ‘coletera’ cuerda de fumadores de marihuana y tomadores de ácido que ondeó la bandera del espíritu hippie, de libertad, paz y amor, y el reclamo de alternativas a la guerra y el consumismo, dos zurriagazos que nos siguen machacando indefinidamente después de 56 años de la celebración por la vida de aquel mítico festival.

Woodstock 69 ha sido de las más grandes expresiones creativas de pacifismo que usó las armas de la música, el arte y la convivencia. Los jóvenes de Estados Unidos protestaban entonces por la interminable guerra de Vietnam (1955 - 1975) que dejó más de 2,5 millones de muertos, convirtiéndose además en la mayor derrota gringa en un conflicto armado.

El arte e incluso el silencio tienen que salir a hablar a la calle cuando la tozudez, la ambición personal y la obsesión por expandir poder económico, político y territorial están por encima de la vida. El pasado sábado, la plataforma Lanzarote con Palestina consiguió concentrar a un buen número de manifestantes en el centro de la capital Arrecife para volver a protestar por el genocidio del estado sionista de Israel.

Me decía uno de los asistentes, hijo de Lanzarote, que se trataba de acompañar los minutos de silencio en memoria de las víctimas y alzar la voz por una masacre incomprensible: “ya no es cuestión de ideología o partido, es el derecho a la vida”.

Los ataques israelíes a la población de Palestina son noticia de todos los días, el contador de muertos marca más de 52.000 asesinatos y mientras el mundo ve impasible este genocidio,  Naciones Unidas avisó esta misma semana que Gaza está soportando lo que puede ser su “fase más cruel”, se refiere la ONU al peligro de hambruna total.

El manifiesto leído en la protesta de Lanzarote recordaba que 14.000 menores palestinos se encuentran en riesgo real de morir esta semana por desnutrición. La ayuda humanitaria está bloqueada por Israel y los ataques a objetivos civiles se recrudecen. En la orden de exterminio, la piedad no cuenta ni para los campamentos de refugiados.

“Más de año y medio conteniendo la respiración”, empezó diciendo la mujer que leyó el manifiesto. La represión y el genocidio, los incumplimientos sistemáticos de Israel a resoluciones de Naciones Unidas que reconocen el territorio y Estado palestino, los 76 años de sufrimiento del pueblo, la violación de los derechos humanos y la petición expresa a los consumidores  para evitar la compra de productos de origen israelí en comercios de Lanzarote, llenaron el contenido del manifiesto y las consignas de la concentración por ‘paZlestina’.

Y así como hablaron los aplausos, la percusión, las banderas, los gritos de apoyo a Palestina, el silencio, la voz alta y reivindicativa del megáfono y la reproducción de sonidos reales de bombardeos y sirenas de alerta en Gaza por ataque y peligro inminente, también apareció la puesta en escena como pieza válida de protesta.

Lo decía antes con Woodstock, la expresión creativa como recurso potente de interacción con el público. Me impactó la performance que enseñó a madres y abuelas con “cuerpos” sin vida completamente envueltos en sábanas manchadas de rojo y la interpretación del caos y la confusión por bombas al tiempo que la población y profesionales sanitarios caminaban desorientados entre el humo denso producido por dos bengalas.

En la concentración no vi a ningún político de Lanzarote, de esos solidarios que se rasgan las vestiduras por los derechos humanos, de los que se escandalizan por lo que llaman falta de democracia en países latinoamericanos y van a manifestaciones a hacer populismo barato para intentar engañar a la población extranjera en busca de votos, tampoco a los que se pasean por los puertos y se sacan fotos y vídeos cuando llegan embarcaciones precarias repletas de inmigrantes. Viven otra realidad, en los mundos de yupi, desconectados de los problemas y su magnitud, problemas de aquí y de allá, pero sí muy enchufados con sus bolsillos y codicia de poder.

 

 

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