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Mis héroes del terrero

 

Yo no quería más héroes ni más emoción que ver a dos de mis luchadores favoritos agarrados en el centro del terrero. Fueron tiempos de enorme felicidad e ingenua existencia. Aquellos años setenta y ochenta del pasado siglo XX, en los que viví mi infancia y juventud, la lucha canaria era una pieza imprescindible en mi puzle vital.

Alternaba estudios y entrenamientos, pendiente de que llegaran los jueves, viernes y sábado de la semana del periodo de competición para salir como un volador para el pueblo en el que se celebrara la luchada esa noche. A las 9 de la noche, horario habitual del inicio de las contiendas de mis hombres de referencia, ya estaba yo allí. Daba igual que lloviera o que tronera, que fuera en Playa Blanca que en Órzola, si eran luchadas por las fiestas. Desde tempranito, me acercaba a la Sociedad de Tías para ver si me enganchaba a alguien que tuviera coche  y me iba con ellos. Muchas veces, apenas les conocía, ni ellos a mí tampoco, aunque sabían que era hermano de Ángel, el luchador, y eso era suficiente. No sé cuántas mentiras le conté al cura Dionisio para escaparme los jueves de sus clases de religión, en el Instituto Blas Cabrera Felipe, para poder llegar a la lucha.

A mí, de la lucha canaria, me gustaba hasta “sus andares”. Inicialmente, se improvisaban terreros en descampados y plazas, echando a carretillas la arena horas antes de la luchada. Se le ponían dos o tres filas de sillas circulares alrededor y el resto de los aficionados, se ponían de pie detrás de estas. Me gustaba oír el murmullo cuando se medían en la arena dos luchadores encontrados, que evitaban esa cita pero que el destino les unía muy a su pesar. También me erizaban la piel los gritos de júbilo cuando un luchador derribaba al otro de forma espectacular, después de estar maniobrando uno y otro con acierto y valentía. Me asustaba un poco cuando los gritos iban en contra del árbitro porque había apreciado una falta que no vio la parroquia más próxima al afectado. Y allí estaba el árbitro, con sus figuras dispares, desde el alargado e inexpresivo Pedro Rodríguez al vivaracho Ginés Hernández. También estaba Agapito, José Manuel y uno de San Bartolomé, que era muy bueno y cabal, cuyo nombre no recuerdo ahora, pero al que llamábamos “Pito”.

Yo era de tres raciones de luchadas semanales. O sea, todas las que había. Me conocía al dedillo no sólo los nombres y equipos de todos los luchadores, del primero al último, sino también sus técnicas, su forma de iniciar la brega, si luchaba a toque pito o era más contrista. Todo. Y como me empezaron a parecer pocos los que estaban en el presente, me dediqué a investigar los luchadores del pasado y así adopté para mi olimpo particular al Pollo de Uga, al Pollo de Tao, al de Arrecife, al de la Florida, a Mamerto Pérez, a Ulpiano Rodríguez, Pollo de Maguez y Pollo de Haría y otro montón de luchadores lanzaroteños que triunfaron en el terrero antes de que yo pudiera verles.

Llegó el momento que no me valía con ver las luchadas y contárselas a mis amigos. Quería que llegarán a todos los rincones de la isla las proezas que hicieron esa noche mis héroes. Y empecé a contarlas primero en Radio Lanzarote y a escribirlas poco después en Lancelot. Y ya no hubo punto de retorno. Me había convertido en un juglar que cantaba las hazañas de los héroes de los pueblos, que después repetían otros en bares y encuentros familiares. Ya no hay sitios como el bar El Parral, en Arrecife, en aquellos años, donde los sábados por la mañana se daban cita aficionados y luchadores de todos lados y salían desafíos encubiertos para la luchada siguiente.

Vivir las luchadas y contarlas cuando era un “teenager” me apasionaba. Pero la alegría mayor de esa época fue cuando los juveniles de Tías nos quedamos campeones de la isla. Hace unos días, en Haría, otros chicos de Tías conquistaron el primer puesto de esa misma categoría. Y me vino, emocionado, ese recuerdo de nuestra victoria. Pero también me di cuenta de la poca importancia que le daba el público presente, más pendiente del inicio de la final senior que de las celebraciones de aquellos jóvenes luchadores. En cambio, para mí, es un recuerdo inolvidable tanto el hecho en sí de ser campeones como todas las luchadas de aquella temporada que compartí con Nando, Pello, los hermanos gemelos Toño y Pedro,  Mamé, Morín, Gregorio, Mino, Maximino, Esteban y Monso, entre otros. Están vinculados a un momento inolvidable.

En aquella época de los años 80, mis héroes, los puntales de los equipos, se daban de parte y parte. Y eso hacía que miles de lanzaroteños fueran a una y otra luchada a disfrutar del espectáculo. Quizás mi favorito, aparte de mi hermano Ángel y sus espectaculares sacones, era Arcadio Tejera. Un hombre que no se arrugaba ante nadie y cuyo cuerpo no solo no aparentaba su incuestionable entrega sino mucho menos su endiabla fuerza física. También estaban Ismael Brito, en Arrecife,  Domingo Barrios, en el Tao, y Juan Jesús Hernández, en el Tinajo como luchadores espectaculares. Pero la tripleta del San Bartolomé, que tenía de puntales a Pérez V (de la fructífera saga de los Pérez) y a Paco Caraballo pero el espectáculo comenzaba mucho antes. Ya la salida al terrero de Juan José, un hombre bajito, poco más de metro y medio, que se metía debajo del contrario y derribaba al más pintado, el público se sublevaba y se divertía . Pero cuando ponían en silla a los todavía juveniles Sixto Rodríguez Mario Perdomo y Suso Pérez, aquello ya era canela fina. ¡Cuánto me gustaba verlos luchar!

Tampoco me perdía las luchadas de las fiestas, especialmente las más importantes donde se traían equipos de fuera y se reforzaban los locales con puntales de fuera también y los destacados de la isla. Así vi luchar a los hermanos Cano, Antonio y su forma clásica de luchar era mi favorito de los tres, aunque lo vi caer con Monso II, el puntal del Arrecife que era un gran contrista, en una luchada en Mancha Blanca. También vi así a uno de los más grandes, a Vicente Alonso, que era una mezcla de camello y caballo, por su corpulencia y bravura a partes iguales. Jugaba con las piernas, con pardeleras increíbles, a la vez que hacía sacones indefendibles. Aun Así, Lito Figueroa, puntal del Unión Norte, le dio una lucha con su técnica preferida, la cogida de muslo, que ejecutiva con igual eficacia que espectacularidad, y se llenó la camisa de monedas lanzadas por el público. Vi muchas luchadas y muchos luchadores de otras islas en esas luchadas de fiestas. Antes no salía en tv ni  había redes sociales, ni se viajaba tan fácilmente como ahora, ni se hacían competiciones entre islas con regularidad. Y las fiestas, incluida San Ginés, tenían en la luchada uno de sus platos más atractivos. Así recuerdo ver a Melquiades, El Parri, Valencia, Tonono, Juan Soto, Tomás del Toro, el Volquete, los  hermanos de la Rosa, y un montón más.

 

Y dejó para el final, a Loreto IV, que será homenajeado el próximo 24 de septiembre. El grancanario era todo espectáculo, se tiraba a todos los de su época sin tener ese gran cuerpo ni ese peso exagerado. Pero era rápido como el rayo, pensando y actuando y tenía una forma física envidiable, Además se aprovecha de luchar a lo zurdo, que coge sin defensa a los grandes puntales del momento. Pedro Cano, que fue otro gran puntal, también luchaba a la izquierda, pero donde Loreto IV ponía agilidad, rapidez y técnica, él sacaba a relucir su enorme poderío físico, venciendo con su fuerza a los contrarios.

Loreto IV se convirtió en la referencia de la lucha a lo zurdo. Aunque hasta su época, a quien se recordaba por luchar a lo zurdo también con mucho éxito era el tinerfeño Carampín, al que algunos entendidos, incluso, le adjudican el desarrollo de esta forma de luchar.

Después de Loreto IV, la antorcha de gran campeón se la quedó el gran Pollito de La Frontera, que demostró ser superior a todos los luchadores durante más de diez años y hasta que le sobrevino una lesión que le obligó a abandonar este deporte a los 33 años.

Podría estar horas, días enteros, contándoles historias de mis héroes. Pero solo pretendo que quede lo importante que fueron aquellos luchadores para un montón de gente. En muchos pueblos de Canarias, la luchada era el único evento al que se podía ir y en el que se emocionaban todos viendo como unos y otros aprendían técnicas y se superaban para derribar al contrario. Esa función social de la lucha canaria se olvida muchas veces. Cuando nadie se acercaba a esos rincones escondidos de nuestro archipiélago, unos hombres echaban unas carretillas de arena, pintaban dos círculos y se metían dentro a luchar mientras la gente del pueblo disfrutaba del espectáculo. Ahora, muchos se olvidan de la lucha canaria. Sin darse cuenta que a los héroes de nuestros pueblos no se les puede tratar como muñecos rotos. ¡A luchar!

Comentarios  

#1 Mencey Sosa Corujo 15-08-2022 08:00
Muy buen artículo Manuel... El árbitro de lucha de San Bartolomé su nombre Marcial Martín Rocío... Buen hombre que era. Saludos y feliz verano
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