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Pregón Fiestas de San José Obrero de Santa Coloma 2022

 

Salutación previa a Autoridades, vecinos, amigos …

Buenas noches a todos.

Después de que se suspendiera la celebración de las dos últimas fiestas de nuestra barriada en 2020 y 2021 por la situación de emergencia sanitaria derivada de la Covid-19, no es una tarea fácil afrontar el pregón que me dispongo a pronunciar. No sólo porque en ocasiones anteriores hemos tenido la oportunidad de escuchar voces de grandes oradores a los que haré referencia más tarde, sino porque la expectación tras dos años sin poder vernos las caras en este recinto que nos acoge es alta. Hoy se nos da una nueva oportunidad de reencontrarnos con viejas caras conocidas para compartir esta noche y dar comienzo a la celebración de las Fiestas de San José Obrero – 2022, de nuestra barriada de Santa Coloma o de Titerroy.

En estos próximos minutos que vamos a compartir, espero poder expresarles a ustedes la gratitud y la satisfacción que siento por estar aquí en este preciso instante. Para ello, me gustaría llevarles conmigo en un viaje a través del tiempo. Un viaje en el que visitaremos juntos el torrente de recuerdos que aún conservo en mi memoria cuando pienso en muchos de los momentos vividos a lo largo de mi infancia y parte de mi juventud en nuestra barriada.

El primer recuerdo del barrio que atesoro en mi memoria está inevitablemente relacionado con aquel librito de D. Juan Ramón Jiménez que todos tuvimos que leer en nuestros estudios iniciales, Platero y yo:

“Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.”

Porque mi primer recuerdo aparece como el del niño de seis años que yo era por aquel entonces, sentado en el pescante de un carro tirado por un burrito. Observando el horizonte: un camino terroso y lleno de piedras. Con las orejas del pollino en primer plano, y sintiéndome muy contento y esperanzado de aquella mudanza que transportábamos juntos Machado “El Cubano”, su burro y yo.

Ese fue para mí el inicio de una nueva vida que comenzó allá a principios de la década de los 60, cuando tuvimos la enorme alegría de conseguir una vivienda de promoción oficial y social de la segunda de las promociones. Esto fue tras el inicial, levantado en los últimos años de los 50, Tite Roy Gatra, que daría nombre a los siguientes grupos de viviendas. Tite Roy Gatra nació en el mismo momento en el que nacería la barriada Marqués de Valterra en los Llanos de Porto Naos. En aquel momento, además, se marcaba el comienzo de la expansión de una barriada como la nuestra, que se ha convertido con el paso del tiempo en uno de los puntos más importantes de nuestra ciudad. Mis padres se mudaron a vivir aquí conmigo, con los tres hermanos que me siguen —dado que con los años acabaríamos siendo ocho en total—, y con dos de mis tíos por parte de mi madre, a una casa de la plaza Pío XII, punto neurálgico durante todo este tiempo de la barriada, de la que disfrutamos hasta que cada uno ha ido buscando su camino, pero donde continúa viviendo parte de mi familia.

Lejos… lejísimos ya parecía aquel lugar al que nos dirigíamos, surcando un extenso y vasto llano de tierra y piedras de diferentes texturas volcánicas, e incluso llenas de líquenes de varios colores algunas de ellas. Tierra marrón, suelta y polvorienta en la que, además, sólo se podía pasar por la vereda trazada, en la que apenas podía avanzar nuestro vehículo de transporte. A un lado del camino, después de rebasar La Vega, había una gran mareta, cuyos arcos de piedra a la vista parecían dar testimonio de una construcción que se alzaba desafiando las leyes de la gravedad. Nunca pude explicarme cómo podían sostenerse unas piedras contra otras sin caerse, y conformando una techumbre vieja que servía para albergar el bien más preciado de nuestra existencia: el agua. Si bien casi siempre vacía o con el característico color chocolate de los restos embalsados mezclados con tierra. Después el sendero se inclinaba y había que continuar subiendo una empinadísima cuesta —hoy la cuesta del poli—, al final de la que nos esperaba un llano. Un llano en el que ya comenzaban a apreciarse las viviendas, que lucían recién pintadas y nuevecitas. Era ahí, en ese mismo llano, en donde fijaríamos nuestro hogar hasta el día de hoy pues, como saben, en esa casa sigue viviendo parte de mi familia, y ése sigue siendo nuestro punto de reunión, a pesar de habernos dispersado por toda la isla.

 

Recuerdo que antes de mudarnos vivíamos en la calle Chile, en Arrecife, junto al taller de Carpintería de “Maestro Pedro y sus hijos”. El taller siempre estaba lleno de maraballas o virutas, y muchas veces enterrábamos los pies para divertirnos con aquella sensación única, algodonosa y suave. Todo esto bajo la vigilancia de mi tío Salvador, que trabajaba allí. Aquellos restos siempre se nos adherían a la ropa y eran muy difíciles de quitar. No pocos rapapolvos nos llevábamos luego al llegar a casa…

Justo enfrente estaba el taller de Miguel “el Soldador”. Era el único taller en el que se construían piezas fundidas. Recuerdo que se utilizaba una tierra especial y negra, y que la colada de material incandescente se vertía en unos moldes para dar forma a las distintas piezas. Ahí era donde trabajaba otro de mis tíos, Yoyo. Desde allí hasta donde estamos hoy, nos pareció la travesía de un auténtico desierto, y la lejanía era real y cierta, a pesar de que hoy parece todo mucho más cercano, pero en aquella época parecía que íbamos muy, muy lejos, aislados de la capital. Pensemos por un momento en que apenas existía nada desde La Vega —y su fuente pública del pilar de agua— hasta el principio de la calle Carlos III.

 

Como les contaba, una vez que terminábamos de subir la cuesta y alcanzábamos el llano que hoy representa esta zona en la que nos encontramos, nos topábamos de frente con las primeras casas de la segunda promoción, y así llegamos a la nuestra en el número 15 de la Plaza Pío XII, junto a las primeras familias a nuestro alrededor: la de Alonso Corujo, la de Ramón Morales, la de los Fontes, los Barreto —donde más tarde Margarita abriría su Bazar de golosinas—, los González, -Salvador el de la imprenta y Rafael el de la Democracia, los Alayón, los Miranda, los López, los Bethencourth, los Fajardo, los Suáre, los García, Retana ...

Poco a poco comenzó el desarrollo urbanístico de la barriada y a principios de los años 70, tal y como nos cuenta D. José Domingo Robayna del Castillo en su pregón de 2010, las calles comenzaron a asfaltarse, no sin mucho esfuerzo y colaboración del alcalde D. Jaime Morales Teixidor, de los trabajadores del Cabildo y de los propios vecinos. Gradualmente la zona siguió desarrollándose para cubrir distintas necesidades hasta presentar al aspecto que tiene ahora.

 

Pregonamos hoy las fiestas de nuestro barrio que, como casi todas las que se celebran en nuestra isla y en nuestro país, tienen una parte lúdica y pagana, que se entremezcla con actividades religiosas. Ya conocerán en qué consiste el programa que ha elaborado la Comisión de Vecinos puesto que ya se ha difundido por los distintos medios de comunicación, así como por las diferentes redes sociales. Como saben, el próximo día 1 de mayo, día grande de las Fiestas de la Barriada, la Iglesia celebra la Fiesta de San José Obrero, patrono de los trabajadores, fecha que coincide con el Día Mundial del Trabajo. Esta celebración litúrgica fue instituida un domingo día 1 de mayo de 1955 por el Papa Pío XII, ante un grupo de obreros reunidos en la Plaza de San Pedro en el Vaticano. Allí les instó a la “paz social” y habló de la dignidad del trabajador esforzado personificándolo a través del artesano carpintero de Nazaret y de la providencia de la familia.

En el programa que la comisión de fiestas ha editado en colaboración con el párroco de nuestra Iglesia figuran, como siempre, los actos religiosos que se celebrarán paralelamente a otras actividades lúdicas, y que representan una parte muy importante para todos. Ya saben que en 1961 se creó eclesiásticamente nuestra parroquia, si bien no existía entonces el inmueble de la Iglesia que disfrutamos hoy. Esta Iglesia se construyó entre 1972 y 1973, con numerosas aportaciones económicas e incluso con la celebración de diversos festivales musicales en los que participaron muchos grupos y solistas no sólo de nuestra barriada, sino de la isla, para así recaudar fondos para poder terminarla.

Uno de los actos más relevantes que la directiva de la Asociación de Vecinos y el párroco han organizado en conjunto para conmemorar el 60 aniversario de vida parroquial y social de la barriada es ese concurso de fotografía que se celebró hace unos meses, y que originó una rica exposición de imágenes religiosas, con las que se han dado a conocer distintos momentos clave en la historia de nuestra parroquia. En este sentido, hay que subrayar que los actos religiosos que conforman el programa de las fiestas tienen una importancia vital para estos días de festejos. Las celebraciones culminarán con la Santa Misa, seguida de la procesión de San José por las calles de nuestra barriada el próximo día Primero de Mayo.

 Cambiando de tercio, encontramos en la página web confeccionada por don Óscar Torres y don Jesús Perdomo, —a quienes debemos agradecer el esfuerzo y la dedicación para que todos disfrutemos de ella—, en donde aparecen los antecedentes de las distintas fiestas de Arrecife y sus barrios: Titerroy, Altavista, Valterra, Argana Alta, Argana Baja, Tinasoria, San Francisco Javier, Maneje, La Destila… Gracias a esta labor sabemos que el primer pregón se remonta al año 1977, y que fue pronunciado por don Lorenzo Olarte. También sabemos que en 1979 fue pregonado por don Agustín de la Hoz. Los siguientes datos que figuran lo hacen a partir de 1990, con todos los ilustres personajes que hemos conocido a lo largo de estos años como pregoneros de nuestras fiestas, y que están especial y personalmente relacionados con Titerroy, aunque Lorenzo Lemaur cuenta que, en conversaciones con el Sr. Castillo y con Fajardo, recordaba el inicio de estas fiestas allá por el año 1965…

 

Entre mis recuerdos también aparece la imagen del primer pregonero que conocí —o quizá que conocimos la mayoría de los que aquí estamos y que ya contamos con una cierta edad—. Me refiero a “Pepito Cañadulce”, como popularmente lo conocíamos, personaje singular y popular. Canarión él, y venido cada año en el mes de agosto con ocasión no de las fiestas de Titerroy, sino de la fiesta principal de nuestra ciudad, la fiesta de San Ginés, puesto que aún no habían nacido las fiestas de las barriadas de manera diferenciada como las vivimos actualmente.

Recuerdo su figura, con aquel tambor colgado al hombro, tocando y repicando. Su eterna chaqueta y su boina negra calada hasta las cejas, hablando y pregonando con aquel megáfono artesanal —un artilugio que se usaba antiguamente cuando no existían los megáfonos portátiles ni los amplificadores que se usan hoy día en cualquier manifestación—, aunque también lo hacía en otras ocasiones a puro grito de pulmón con su potente voz: “De orden del Sr. Alcalde de Arrecife se hace saber…”, continuando con su redoble de tambor sin parar y con una corte de chiquillos que lo seguían por todas las calles, riendo, bailando y tratando de divertirse. Podríamos decir que era nuestro particular flautista de Hamelín.

Al mismo tiempo, en estos recuerdos que me embriagan con el inicio de las fiestas, me vienen a la memoria los pasacalles con los gigantes y cabezudos —o “papahuevos”, como decíamos los chiquillos por nuestras calles—, que venían acompañados de la antigua banda de música de Arrecife con la que hoy día, desafortunadamente, no contamos. Esta banda la dirigía en sus inicios un gran maestro y músico que dejó huella en nuestra ciudad, don Rafael Díaz, y en ella participaban grandes músicos de nuestra isla (Castillo, Castellano, Sigut, Benigno de Tías, Marcial Martín, Santiago García, Benito Artiles y familia, Esteban, Martín, Pepe Cedrés, Jorgito, Víctor…). Recuerdo el traqueteo de aquel camioncillo en donde íbamos todos los músicos apretaditos y digo “íbamos” porque yo desde muy pequeño tocaba el tambor y pertenecía a esta banda de música. Estos pasacalles yo los disfrutaba de una manera especial, porque tenía que madrugar mucho y estar en la plaza del Mercado de Arrecife —en la antigua “Recova municipal”—, antes del amanecer. Esto tenía un sabor muy especial para mí, porque todos los puestos de venta de agricultores venían a nuestra capital para vender sus productos, lo que era una novelería para mí, ¡qué delicia! En la plaza se reunían los músicos, porque el local de ensayo y de reunión estaba allí mismo, junto al cuartelillo de la policía municipal. Desde la plaza de la Iglesia de San Ginés partíamos por todas las calles y subíamos a las barriadas y es así como recuerdo las primeras fiestas y los primeros, digamos, “pregones”.

En estos pasacalles no puedo por menos que acordarme de un personaje como fue para nosotros don Basilio García, “Basilio el Guardia”, vecino de toda la vida, que tiraba voladores y mantenía el orden de la fiesta mientras los chiquillos corrían de un lado a otro. También nos acompañaba con los voladores y la organización Manolo Morales, que participaba y estaba siempre comprometido con la chiquillería. Siempre acompañaba en sus actuaciones a Isidro Gómez, padre y creador de Chopito y Chaporro, el guiñol que hacía las delicias de todos los niños de los barrios de Arrecife. Recuerdo cómo nos relataba las múltiples aventuras de sus personajes, los sorteos que realizaba y las botellas de Royal Crown que repartía. ¡Qué bien lo pasábamos en las fiestas infantiles por aquel entonces! ¿Se acuerdan del Baya Baya? ¿Y del Orange Crush?

 

Como algunos de nuestros pregoneros han citado y recordado en sus pregones, yo también quiero mencionar de una manera especial a don Ginés de la Hoz, concejal de vivienda entre 1955 y 1960, y alcalde de Arrecife entre los años de 1960 y 1970, como persona clave en este proceso de nacimiento y desarrollo de Titerroy.

Según se cuenta en las distintas crónicas, Titerroy —o Santa Coloma—, nació como un conjunto de 120 viviendas construidas, a las que posteriormente se añadieron otras 200 a la par que la Plaza Pío XII. Esto constituía un núcleo urbano casi aislado que estaba muy lejos de la capital, pero que fue uniéndose con la construcción de viviendas de las promociones siguientes. También se añadió la construcción del Instituto “Blas Cabrera Felipe”, la Ciudad Deportiva Lanzarote, al principio denominada “Avendaño Porrúa”, la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos y, un poco más tarde, El Conservatorio, La Escuela de Música y la Biblioteca Insular. Tampoco podemos olvidar la barriada del Marqués de Valterra, para protección de la población marinera y de las familias relacionadas con este sector, que con su trabajo daban vida y abastecían a la isla. Todo esto ha quedado integrado totalmente en nuestro municipio de Arrecife, y ahora representamos un colectivo de más de siete mil personas, sin apenas diferenciarnos del centro de la ciudad.

El entramado empresarial compuesto por factorías transformadoras de productos pesqueros llegó a ser el más potente de toda nuestra región y casi de España. Con negocios de renombre como las fábricas de Lamberti (Rocar), la de Lloret Llinares, la de Afersa (posteriormente llamada Garavilla, en donde ahora se está construyendo un gran centro comercial), la de Ángel Ojeda, la Conservera Canaria, la de Agramar (la última de las conserveras, dedicada también a la producción de aceite de pescado y harina) o la antigua Nuestra Señora de las Nieves, especializada exclusivamente en salazón. Todas estas fábricas se abastecían de la continua descarga de productos del mar que traía la flota, principalmente al Muelle Grande y al de Naos, y adonde no pocas veces los chiquillos íbamos a recoger lo que la marinería nos daba como gesto generoso. Esto constituía un sustento fundamental para nuestras familias. Por desgracia para nuestra isla, hoy casi han desaparecido tanto la flota como la industria en sí. Un asunto casi cómico es que un archipiélago como el nuestro apenas tenga competencias en pesca, además de que la Comunidad Europea subvencionara la desaparición de nuestra flota, destinándonos prácticamente a depender de manera casi exclusiva del sector turístico.

Aquí, en Titerroy, fueron integrándose y repartiéndose muchísimas personas y personajes de todos los sectores laborales, entre quienes destacan diversos vecinos que fueron relevantes por su influencia en el crecimiento social de nuestra barriada. Sería imposible citar a todos aquellos que ya forman parte de la historia viva de Titerroy, muchos de los cuales han sido mentados de manera expresa por anteriores pregoneros, pero no puedo dejar de lado a Antonio Félix Martín Hormiga —conocido como Félix Hormiga—, Rafael A. Domínguez, Basilio García, Elizabeth de León Expósito, Antonio Corujo, Ginés Hernández, Goya Toledo, Mundo de la Hoz, Marcial Martín, Juan Brito fundador de “Los Campesinos” en la calle José Pereyra Galviaty, o Jesús Soto, colaborador artístico junto a César Manrique en alguno de nuestros centros turísticos más importantes y otros muchos que permanecen en nuestra memoria.

 

Cuando llegamos, -a lomos de nuestro burrito como les he referido- a nuestra nueva vivienda nos parecía enorme —y realmente lo era—. Recuerdo un patio cuya superficie era de igual tamaño que la casa, con un aljibe para tener agua disponible cada día. Me acuerdo bien que teníamos que guindarla y llenar el tanque que estaba situado en la azotea para que el agua corriera por las tuberías con las que sí contaban ya estas viviendas. A pesar de que no hubo enganche al agua corriente hasta pasados unos años; el aljibe se podía llenar cuando llovía y dentro había que poner anguilas o cal viva en el fondo para evitar el nacimiento de esas pequeñas larvas o gusanillos que todos hemos conocido. De vez en cuando, además, había que vaciarla del todo y meternos dentro para limpiarla lo mejor posible hasta que quedaba preparada para volverla a llenar y poder tener agua con la que subsistir a diario. Cuando faltaba el agua había que acercarse al Pilar del Agua, que regentaba Tito, ubicado enfrente de la casa de los Fajardo, en aquella pequeña explanada de la prolongación de la calle Tingafa, que de hecho tenemos aquí ahora, frente a la plaza. Allí desde muy temprano hacíamos cola para coger las dos latitas que permitían al día y llevarlas a casa. También, cuando se podía, pasaban los carreros con sus barricas llenas de agua repartiendo de puerta en puerta, al igual que más tarde sucedía con la leche que nos traía don Marcial de León Corujo con sus lecheras al hombro, —este mismo hombre era, al mismo tiempo, el alma máter del cuerpo de baile de la agrupación folklórica Ajey de San Bartolomé—. Igualmente, había escasez de muchas cosas y teníamos que ir a la tienda a comprar lo que podían despacharnos según el momento: un cuarto litro de aceite —o mitad media cuarta como se decía entonces—, un cuarto o un octavo de mantequilla, petróleo, sardinas embarricadas, jabones sólidos en cuadros… En aquella época no había ni latas, ni botellas, ¿se acuerdan de que teníamos que llevarlas desde casa para rellenarlas una y otra vez?

Como recuerda en su pregón del 2018 nuestra vecina Sary, en las tiendas comprábamos muchas veces “fiado” gracias a la generosidad de los tenderos y empresarios. Yo también recuerdo, como ella, a Magdalena y a Manuel Tejera —que tenía una granja de gallinas al final de la calle Tinache—, a Pepito Parrilla con su eterna sonrisa, a Andrés Bermúdez, a Juanito Hernández, a Seño’ Manué y sus hijos, a Julián Arrocha el carnicero, a Juanele en su zapatería conversando cada día con quien se acercaba por allí, a Agustín repartiendo y vendiendo pescado por todo el barrio con su burrito —que, como ven, era un animalito omnipresente en nuestra vida diaria y el medio de transporte básico en aquellos momentos—. Recuerdo la panadería de Plácido Machín, que todas las mañanas nos despertaba con el olor a pan recién hecho. Más tarde nacieron las tiendas de venta de tejidos y confecciones de Ricardo Morales, la de muebles y electrodomésticos de Manolo Barreto, la de ultramarinos de Ventura y su esposa, la farmacia de D. Juan Armas, entre muchos otros personajes que fueron dándole color al barrio. Especialmente recuerdo la barbería de Pepín Orosa, donde también trabajaba su hermano Pedro, “Perico el barbero”, que estaba siempre con su timple y nos entretenía con su música. Esta persona, además de pelarme de vez en cuando, me enseñó a tocar el timple en aquella época y, años más tarde trabajé con él en la orquesta Estrella del Sur.

Aquel traslado representó un cambio de vida fundamental para todos los que nos mudamos a este barrio, que se presentaba como la ilusión de una vida mejor. Aquí nacieron otros cuatro de mis hermanos y aquí salimos adelante todos a una, como en la novela de Lope de Vega. Mis padres Hernán el músico y María del Carmen, que era ama de casa, nos crio a los ocho hermanos y, además, a dos de sus propios hermanos —es decir, mis tíos—. Aquí hemos fundamentado nuestra vida desde entonces, junto a nuestros vecinos.

La plaza Pío XII se convirtió muy pronto en el punto de encuentro de los chiquillos para jugar y reunirnos cada tarde. Ahí charlábamos sobre las palomas y los numerosos palomares que se construyeron en las azoteas de las viviendas y jugábamos a todo: el boliche, las bonituras, el pescaíto con perras chicas, el quemado, el cabe, el trompo, el clavo, entre otros muchos. Durante todo el año teníamos que poner a trabajar nuestra inventiva para diseñar y crear nuestros propios juguetes con cualquier cacharro, con cajas o con cualquier otro material que pudiéramos reutilizar. No obstante, si hay un recuerdo especial sobre la plaza era sin duda el día de Reyes. Era mágico, diferente, ruidoso, insomne... Aquella plaza era un espectáculo, un escándalo de chiquillos ya mucho antes del amanecer. La chiquillería se levantaba a recoger sus regalos del día de Reyes, —por aquel entonces no celebrábamos Papá Noel—, y claro… aquellos regalos no tenían nada que ver con los que vemos hoy en día. El regalo estrella era la pistola de mixtos y sus detonaciones —que fallaban la mitad de las veces—. Amén de los balones de fútbol y las muñecas de la época. Las niñas, los niños, los padres… todos disfrutábamos especialmente ese día en esa bendita plaza que ahí sigue para que podamos seguir recreándonos en ella.

Aquí mismo nos reuníamos los chicos para hacer las perrerías que suponía ir a cazar lagartijas y utilizarlas en nuestros —a veces—, crueles juegos. También para ir a disputar las guerrillas, que igualmente han sido contadas ya por algunos de los pregoneros que me han precedido, en particular por Félix Hormiga. Parece mentira hablar de esto hoy en día, pero éste era uno de nuestros entretenimientos principales: guerrear con los barrios de la Vega y con los de la calle El Norte a pedrada limpia y, sin embargo, milagrosamente, muy pocos resultaban heridos. Algún que otro raspón producido por las caídas al huir de las piedras o de algunos perros que se soltaban, pero nada de sangre.

Donde sí nos lastimábamos a veces era en los partidos de fútbol —antes no contábamos con un terreno para jugar como es debido—. Recuerdo que improvisábamos un terreno de juego en el morro de Angelita y en la zona en donde hoy se encuentra nuestro instituto y las instalaciones de la Cruz Roja. Se trataba de unos improvisados e incómodos campos de piedras que íbamos limpiando poco a poco antes de cada partido, y en los que el dueño del balón era el que marcaba las pautas y las reglas en cada momento. “Me llevo el balón porque es mío”, era la frase que nunca dejaba de oírse en algún momento de aquellos partidos. Les recomiendo —si quieren echarse unas risas—, que lean un artículo de don Lorenzo Lemaur que aparece en su página de Facebook titulado “Las 18 Reglas de los partidos de fútbol de antes”, donde muchos de nosotros nos sentiremos identificados con lo que les acabo de relatar.

En el aspecto religioso, la escuela ubicada en la calle Tilama, se convertía los domingos en la Iglesia de la barriada. Se apartaban los bancos del aula grande y se amontonaban. Se ponía la mesa de altar y allí mismo asistíamos a la función, pero además con la finalidad de obtener un premio cada domingo dado que, al terminar la ceremonia, nos daban en la puerta una entrada para acudir por la tarde al cine. Así es, la parroquia de San Ginés tenía un cine en la calle Pasaje de Julio Blancas, más conocido como el cine de don Ramón, —don Ramón Falcón Pérez, era el párroco de San Ginés—. El cine era una nave vieja y desvencijada con unas gradas deterioradas que a duras penas resistían el paso del tiempo. Ahí disfrutábamos de las películas infantiles y juveniles de la época y nos reuníamos la mayoría de los chicos de las distintas barriadas de Arrecife.

Hablando de cine, en Santa Coloma se construye y se pone en marcha el cine Hollywood en el año 1964. Creado por Carlos Hernández Viera, natural de La Asomada (Tías) de nuestra isla. Actualmente es el gimnasio Hollywood, como ustedes bien conocen. Mis recuerdos de aquella época son muy especiales, pues me encantaba ir a ver las películas del oeste —conocidas como westerns—, las películas de Mario Moreno Cantinflas, y las primeras películas del Agente 007, y cómo no, las de romanos y gladiadores. Me encantaba ir siempre a la última función, la de la noche, porque iba con mis tíos mayores y me hacía sentir más adulto.

A colación del tema del cine, ¿se acuerdan de las proyecciones que organizaban Peporro y Niní?.  Recuerdo con mucho cariño disfrutar en su casa —la vivienda que colindaba con la de Rafael González y doña Lola—, de aquellas películas que veíamos a saltitos gracias a una maquinita de manivela, con unos rollos de papel aceitado para que no se trabara la imagen. La entrada costaba 1 perra —1 perra eran entonces 10 céntimos de 1 peseta—, ¡qué buenos momentos!

 

La música, como creo que casi todos ustedes saben, siempre estuvo y sigue estando presente en mi vida, y es en lo que he podido aportar algo junto con mi padre, a quien don Marcial Martín menciona junto a otros personajes de la barriada en su pregón de 2018. A modo de anécdota, recuerdo la creación y el nacimiento, con la iniciativa de Cristóbal León —que luego fue mi suegro, por cierto—, de la que fue la primera tuna que nació en la isla —la tuna Guillén Peraza—, junto a Santiago Torres, otro de nuestros vecinos, director también durante muchos años de la Agrupación de Coros y Danzas de Arrecife. En nuestra barriada se formó también la primera comparsa de la isla, “Los Cumbanceiros”, dirigida por Tito Arroyo junto a otros músicos como Babacho, Satoño, Heraclio Níz y otros muchos. Esta comparsa participó durante varios años en nuestras “Fiestas de invierno”, como se denominaba antes al carnaval.

También recuerdo que con tan sólo trece años comencé mi vida como músico profesional, como otros tantos jóvenes amigos y compañeros de la época, los cuales vivieron parte de su vida en nuestra barriada y que han sido y siguen siendo grandes músicos. Juntos ensayábamos y ofrecíamos nuestra música en verbenas, bolos y todo tipo de actividades por toda la isla —recuerden que antes no había discotecas, y que donde único se podía bailar y disfrutar de la música y el baile era en las fiestas de los pueblos—. Estos actos no duraban sólo un día, sino que muchas veces se extendían a lo largo de una semana entera. Las verbenas eran el principal punto de encuentro de los jóvenes —y no tan jóvenes—, de nuestra isla y donde se conocieron muchas parejas y comenzaron sus relaciones amorosas. Por todo esto, era común el trasiego entre los pueblos de la isla para disfrutar de la vida alegre de las verbenas. En aquella época interpretábamos los éxitos de los artistas y los grupos musicales del momento: los Brincos, los Sirex, Los Mitos, Pekenikes, Los Secretos y en el panorama internacional Los Beatles, Pink Floyd y The Rolling Stones, entre tantos otros grupos de una innumerable lista de artistas. Recuerdo que muchas de estas canciones se popularizaron a través de aquellas televisiones en blanco y negro que ya nos llegaban y, especialmente, en el programa Escala en HIFI. Por cierto, a colación tengo que mencionar que cuando mi padre compró el televisor, lo pusimos en el salón de la casa y siempre dejábamos la puerta de la calle abierta para que quien quisiera pudiera venir a verla, —ésa era la familiaridad que reinaba en nuestro barrio y en nuestras casas—. Así vivíamos antes, sin cerrar las casas, puertas y ventanas siempre abiertas. ¿Recuerdan aquellas noches calurosas acostados encima de unas esteras charlando al fresco sereno del anochecer hasta que nos quedábamos dormidos?

Comencé mi andadura musical en el grupo Los Ache, fundado por los hermanos Cancio —creo que muchos de ustedes me recordarán tocando el teclado encima del escenario—. Posteriormente estuve con Voces Nuevas, y con Estrella del Sur, grupo en el que compartía escenario con mi padre y con la familia Artiles. Aquí no puedo evitar contarles una situación muy peculiar que se dio en mi primer baile, el día de mi debut, y que me marcó para siempre. Fue en la Sociedad de Tinajo. Allí estábamos tocando en una sociedad que aún estaba en fase de construcción y su salón tenía las paredes de bloque visto aún sin revestir. Pues bien, en mitad del baile, alrededor de las dos de la mañana, dio comienzo una pelea entre hombres, —enfrentamientos que eran muy normales entre los del puerto y los del interior, como después me contaron y pude volver a experimentar en alguna ocasión posterior—. Recuerdo ese día porque era como estar viviendo una de aquellas escenas que sólo había visto en las películas del cine de don Ramón. Me acuerdo incluso de quién la inició y la fama que en ese sentido tenía, pero mis propios compañeros me metieron debajo de mi teclado y allí permanecí hasta que se acabó la pelea. Al final se terminó el baile con la llegada de la autoridad competente, es decir, la Guardia Civil. Fue un debut movidito y, sin embargo, la actividad musical siguió acompañándome toda la vida y me ha servido para vivir en todos los sentidos. Otro grato recuerdo que guardo es cuando volvía a casa de madrugada después de actuar y coincidía con mi padre —que también volvía a esas horas—, nos encantaba ir a la panadería de Plácido y comprar pan bien calentito y untarlo en mantequilla. Luego despertábamos a todos mis hermanos para disfrutarlo juntos, lo que siempre era una fiesta familiar antes del amanecer.

 

Mis estudios básicos cuando llegué a la barriada transcurrieron en la escuela de don Gregorio Doreste “Gregorito”, el maestro del barrio. Luego pasé al grupo Sanjurjo —donde se encuentra hoy día el Centro de Salud—, con don Virgilio Cabrera. Cuando cumplí los 18 años y terminé mis estudios primarios aquí, en nuestro instituto, tuve la suerte de poder irme a Las Palmas de Gran Canaria a cursar mis primeros estudios universitarios, pero nunca perdí el contacto con la isla, pues casi cada fin de semana volvía para desarrollar mi trabajo en las orquestas —en aquella época volaba en los famosos Fokker de Iberia—. Sí que confieso que fui perdiendo contacto con el día a día de la barriada, como entiendo que nos puede haber pasado a muchos de nosotros, lo cual es algo natural. Ahora han sido otros, los más jóvenes, los que han ido configurando la evolución de la que ahora disfruta la barriada: sus espléndidos equipos de balonmano, sus grandes deportistas en las distintas disciplinas, especialmente en todo lo que ha acontecido alrededor de San José Obrero y de las actividades deportivas en el polideportivo, así como los grupos y actividades creados alrededor del carnaval. Para la barriada siempre ha sido un pilar y un fundamento de la juventud la apuesta por los equipos deportivos. Por eso considero muy importante la labor de todas las personas que han mantenido este desarrollo continuo de nuestra barriada —Lorenzo Lemaur, entre otros—, con su San José Obrero, tal y como cuenta él mismo en su pregón del año 2009, y que igualmente nos contó Yara de León en su pregón de 2012 al narrar su propia experiencia en el deporte. Román Cabrera, con su aportación al fútbol que conformó la U.D. Lanzarote aglutinando al futbol de la isla y Lolina Curbelo, con su labor y el festival que lleva su nombre han aportado también muchísimo a nuestro entorno en la gimnasia deportiva y rítmica y así se ha involucrado nuestra juventud en los valores deportivos y humanos que nos caracterizan.

Cuando regresé definitivamente aquí, a casa, allá por 1977, comencé una nueva etapa profesional y contraje matrimonio con mi esposa y siempre compañera de viaje, Tere, hace ya casi 45 años. Entonces me trasladé a vivir junto a ella al centro de Arrecife, a la calle José Antonio —hoy calle Manolo Millares—, donde han nacido nuestros dos hijos, y donde seguimos residiendo actualmente. Revivimos también la etapa del canto coral que, desde muy jóvenes habíamos compartido ambos con el maestro Braulio de León, vecino ilustre de Santa Coloma. Comenzamos con el coro parroquial y luego fundando la Coral Polifónica San Ginés y, en los últimos años creando también la Coral Arrecife, con la que seguimos colaborando actualmente, que es donde logramos calmar el gusanillo de la música que ambos compartimos.

Son las mujeres de la barriada —entre ellas mi madre y cómo no, mis tres hermanas—, las que han sido las grandes valedoras y las grandes sacrificadas y constructoras de nuestras vidas desde niños. Unos niños que han ido creciendo y haciéndose adultos para construir este futuro que ahora vivimos y, por ello, merecen ser alabadas de manera especial por todos los que hoy estamos aquí y especialmente por todos los que hemos mantenido una relación personal y de convivencia con nuestra barriada. Así pues, me sumo al emotivo y sentido homenaje a ellas de nuestro amigo y vecino don Isaías González Rijo, que me precedió en esta tarea como pregonero en 2019, cuyas palabras nos hicieron reflexionar y al mismo tiempo participar en ese merecido homenaje a todas las mujeres de nuestras vidas.

Por otro lado, no puedo olvidar tampoco en este momento a mis cuatro hermanos varones, que han sido y son una parte muy importante de mi vida y que me han ayudado siempre en todas las etapas que he recorrido. También quiero recordar a todos los amigos y vecinos de la barriada, cuyo esfuerzo y sacrificio han significado la otra parte complementaria y necesaria para que entre todos, hombres y mujeres, hayamos configurado nuestro actual y maravilloso barrio de Titerroy.

Decía Mercedes Sosa en una de sus estrofas más bellas:

Gracias a la vida que me ha dado tanto.

Me ha dado la marcha de mis pies cansados.

Con ellos anduve ciudades y charcos,

playas y desiertos, montañas y llanos.

Y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Gracias a la vida que me ha dado tanto.

Me dio el corazón que agita su marco.

Cuando miro el fruto del cerebro humano,

cuando miro el bueno tan lejos del malo,

cuando miro el fondo de tus ojos claros.

Gracias a la vida…

 

Finalmente, no puedo terminar sin decir una vez más que ha sido un gran honor para mí pregonar estas Fiestas de San José Obrero. Asimismo, quiero hacer llegar mi agradecimiento a las personas que me han invitado para que yo pueda estar aquí esta noche declamando este pregón de inicio de nuestras fiestas. A D. Ismael Montero y a toda la Junta Directiva, a todos los amigos que me han animado a hacerlo, a mi esposa Tere y a nuestros dos hijos, que siempre me han ayudado y apoyado incondicionalmente, a mis queridos padres y a mis hermanas y hermanos. Y a todos ustedes por acompañarme en esta noche tan especial para mí.

 

¡Viva San José Obrero! ¡Viva Titerroy! Y... ¡FELICES FIESTAS!

Hernán Lorenzo Hormiga, pregonero

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