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El puntal que no necesitó saltar al terrero

 

Sabía que estaba enfermo y por ello no me extrañó no verlo en las últimas luchadas en Tao. Tampoco me sorprendió hoy cuando me comunicaron su fallecimiento. Pero sí me apenó. José Luis Aparicio Morales fue un referente de la lucha canaria, tenía el corazón atado a los terreros y su cabeza entregada al servicio de nuestro vernáculo deporte. No tuvo necesidad de saltar al terrero ni una sola vez para ser recordado como un bravo luchador. Ni tuvo necesidad, ni oportunidad, debido a la enfermedad que le dejó desde pequeño una de sus piernas debilitada. Pero seguro que le hubiera encantado remangarse los calzones y fajarse con el primero que tuviera a bien acompañarle al centro del terrero. Seguro que le hubiera hecho ilusión militar en su querido Club de Lucha Tao, del que su padre fue uno de sus fundadores. Seguro que hubiese sido feliz luchando en los años 60 con sus amigos de la infancia en Tao, en aquella histórica final contra el Arrecife, que convocó a miles de aficionados. Pero no fue así. La historia de Aparicio con la lucha canaria comienza más tarde y con ropa de calle. Pegadito a los terreros pero con zapatos y chaqueta, que en Tao la noche es fría.

Aparicio se entregó a la lucha canaria a principios de los años ochenta, cuando volvió de Gran Canaria para incorporarse en Arrecife a la recién inaugurada oficina del Banco Vizcaya, entidad en la que ya trabajaba. Aprovechó su vuelta para enrolarse en el Tao como directivo y desde allí colaborar con todos los estamentos de la lucha canaria. Le tocaron unos momentos emocionantes, ya que en esa década se crearon las federaciones insulares y la Federación de Lucha Canaria. Momentos también convulsos, donde las islas mantuvieron pulsos importantes para que el nuevo reglamento, la primera junta de gobierno y demás órganos no les dejara fuera sus singularidades. En esas batallas estuvo Aparicio, defendiendo lo que decidían en Lanzarote, como hombre de confianza de Pérez IV, presidente de la Insular y enfrentado a la Regional. La sonrisita de Aparicio dejaba helados a sus interlocutores. Sin alterarse, rebatía las razones de los otros y exponía las suyas. Y se volvía a Lanzarote sin aflojar un punto, sin dejar de sonreír.

A lo largo de estos cuarenta años de brega, ocupó muchos cargos organizativos. Estuvo en la junta de gobierno y en la asamblea de la Federación regional, máximo órgano de la lucha canaria, en el comité de árbitros, en la federación insular, en la asamblea insular y en la junta electoral de Lanzarote. Pero estoy convencido de que no disfrutó tanto ninguno como su pertenencia al Club de Lucha Tao, donde fue directivo, secretario y llegó a ser presidente. En este club hizo de todo, hasta dejó escrita su historia, en dos publicaciones en las que se enumeran actas, luchadores y experiencias vividas en los 75 años de existencia que trascurrieron de 1934 al 2009.

Las actas de la historia de la lucha canaria en Lanzarote recogerán todas esas vicisitudes, cargos y experiencias organizativas de Aparicio. Yo, en cambio, me quedo con el recuerdo de su persona. Con su trato exquisito, con  su pasión por la lucha canaria, con su inquebrantable entrega y pundonor. Con su sonrisa y saludo al encontrarnos en la puerta del terrero Andrés Curbelo de Tao. Consiguió lo más difícil, ser el puntal de su equipo sin necesidad de saltar al terrero ni una sola vez. Y ese recuerdo quedará para siempre, Aparicio.

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