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Ocho millones de mentiras

 

 

 

 

En su célebre Pedro Navaja, el maestro Rubén Blades, después del extraordinario relato cantado sobre los últimos minutos de vida del maleante Pedro Navaja, suelta el “ocho millones de historias tiene la ciudad de Nueva York. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, ay Dios…”

Y la expulsión de España de ocho millones de personas, por el pecado de ser inmigrantes o españoles hijos de inmigrantes, fue la última y brillante propuesta neonazi de Vox de esta pasada semana. El partido de derecha ultra se despachó a gusto contra la población extranjera en palabras de Rocío de Meer, miembro del Comité Ejecutivo Nacional de Vox, que luego me enteré es nieta del patrono de la Fundación Francisco Franco, Carlos de Meer, último gobernador civil de Baleares durante el franquismo.

Si los voxéfilos tienen el derecho a decir disparates sin fundamentos sociológicos ni jurídicos (las deportaciones masivas están prohibidas en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea), nosotros los ciudadanos y ciudadanas extranjeros que vivimos y producimos en España y quienes tenemos hijos canarios y españoles, bien podríamos exigir la expulsión de políticos y políticas y partidos pedro navajeros de la actividad y la gestión pública.

Mientras salen estos cantos de odio desde Madrid, en Canarias, región históricamente de inmigrantes de ida y vuelta, donde la movilidad humana siempre ha estado presente por situaciones económicas y sociales, archipiélago multicultural por todos lados, el PP canario y el nacionalismo simplón, serviles y acomodados, pasan de puntillas en este asunto. Les da pánico posicionarse y se ahogan en un mar de contradicciones.

El pasado mes de junio, en la cuarta edición del foro económico que organiza anualmente el grupo de comunicación Biosfera Media en Lanzarote, pregunté a dos altos ejecutivos, uno del sector de las grandes superficies de venta de alimentos en Canarias, y otra ejecutiva de una cadena hotelera de prestigio implantada en más de veinte países del mundo, cuál era el porcentaje de trabajadores extranjeros que tenían en plantilla en sus centros de trabajo en Canarias, advirtiendo que la inquietud englobaba a extranjeros cualquiera que fuera su procedencia, latinos, africanos, europeos o asiáticos.

Ninguno de los dos tenía el dato a la mano, pero prometieron buscarlo y enviármelo, y aunque no cumplieron, la mujer directiva de hoteles sí que llamó a uno de sus asistentes que se encontraba en el lugar de celebración del foro y éste al menos avanzó que “son muchos y cada día más. Todos sabemos que hay trabajos que los españoles no quieren desempeñar”.

¿Cuántos hoteles, restaurantes, tiendas y otros negocios del sector servicios estarían hoy en capacidad de seguir abiertos y funcionando si mandaran a la calle a sus trabajadoras y trabajadores extranjeros? Y hablo de las personas que trabajan de forma legal, porque es innegable que el mercado laboral tiene mano de obra que se encuentra en situación administrativa irregular.

Me gustaría saber cuántos empresarios afines a Vox, o aquellos llenos de odio que despotrican de la inmigración, tienen trabajando para ellos a inmigrantes con o sin papeles o cuántos tienen en sus hogares a ciudadanos extranjeros realizando oficios domésticos o cuidando personas mayores. Seguro que para dar de comer, bañar o limpiar el culito a una persona dependiente, el extranjero sí que es capaz de adaptarse a las costumbres españolas sin poner en peligro la identidad y la seguridad nacional.

Por pedir, a Vox le faltó pedir la anulación de los matrimonios entre españoles (as) y personas de otras culturas y la disolución de las parejas de hecho por motivos de raza para “sobrevivir como pueblo”. La sociedad tiene el poder del voto y es ahí donde podemos hacer la mayor protesta efectiva para acabar con sectarismos que creíamos eran de otros tiempos. Son tan sensatos los voxéfilos, que por la necesidad de rellenar listas electorales, incluyen a personas de origen latino en sus candidaturas, burda utilización del ser humano a quien no tienen respeto alguno.

Si leemos con detenimiento o escuchamos las manifestaciones xenófobas de Vox,  son carentes de sentido, o lo tiene decir que “hay que expulsar los que haga falta para que ni una sola familia española más tenga que llorar el no haberlo hecho”. La manida y peligrosa intentona de relacionar sin pudor inmigración e inseguridad.

Por imitar, Vox imita la “remigración” neonazi que da réditos políticos en Alemania y Austria, su líder, Santiago Abascal, quiere imitar al machote y aspirante a premio Nobel de Paz, Donald Trump, e imita los delirios anticomunistas de Milei.  No nos escandalicemos si en otro arranque de “democracia” se atreven a promover el asalto al Congreso de los Diputados, ya todo es posible.

Cuando se acerquen los periodos electorales hay que recordar un día sí y el otro también todos estos pronunciamientos de Vox y el silencio de los partidos que miran de perfil, porque son tan sinvergüenzas que unos y otros volverán a meter nombres de personas extranjeras en sus listas para captar votantes y volverán a pedirnos el voto mientras nos hacen pistola por detrás. También dice Blades en Pedro Navaja: “como decía mi abuelita, el que de último ríe, se ríe mejor”. Llamamiento a la dignidad y a la memoria.

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