¿Por qué la ultraderecha seduce a la juventud? (Parte 2)
- Adriana García Rodríguez, Graduada en Relaciones Internacionales
Durante décadas, la política fue entendida como un campo en exclusivo de la razón. Se asumía que las emociones distorsionaban el juicio político, que confundían, desviaban, el pensamiento objetivo. Sin embargo, hoy sabemos que es justo al revés: las emociones no solo no son un estorbo, sino que son el combustible de la acción política. Especialmente en contextos de incertidumbre y frustración -como los tiempos que corren- las emociones se convierten en la fuerza que guía la participación, la indignación e, incluso, el voto.
Desde que comencé a investigar sobre la ultraderecha europea, todas las tardes que empleaba en la búsqueda de información me llevaban a la misma pregunta :¿qué siente una persona de mi edad que decide meter en la urna una papeleta de Vox? No qué piensa, ni qué defiende, sino qué siente. Anhelaba comprender qué sienten esos jóvenes que votan por figuras ultraderechistas con discursos cargados de odio.
Durante mucho tiempo creí que lo hacían movidos por el rencor, o porque habían crecido en entornos marcados por la intolerancia y el resentimiento. Sin embargo, con el tiempo entendí que, más que odio, lo que realmente los impulsa es el miedo.
Vivimos en una sociedad en donde a los jóvenes se les ha prometido todo -mérito, progreso, libertad-, y a cambio han recibido trabajos precarios, sueldos vergonzosos, alquileres imposibles… Lo que ha generado una existencia marcada por la sensación constante de estar solos frente a un sistema que no escucha, que no cuida, que no se hace cargo. No se trata -aunque también- de una crisis económica, sino de una crisis emocional. Es una generación marcada por la decepción y el abandono.
En este contexto de descontento, la ultraderecha ha sabido canalizar emocionalmente el malestar. Ha comprendido -y aplicado- que la política se gana en el terreno emocional. Ha convertido el malestar en narrativa, y la narrativa en estrategia (una estrategia que ha funcionado). A través de relatos que apelan a sentimientos profundos como el miedo, la nostalgia o el deseo de pertenencia, la extrema derecha europea ha logrado instrumentalizar la frustración hacia objetivos políticos concretos.
Tal vez sea hora de dejar de hablar sobre los jóvenes y empezar a hablar con ellos. No desde la superioridad y la arrogancia política que cree tener todas las respuestas, sino desde la humildad de quien reconoce que algo se está rompiendo en la juventud. Comprender qué sienten los jóvenes ya no es solo un gesto empático, sino que se ha convertido en una herramienta política imprescindible para desarrollar alternativas reales.
Porque mientras unos siguen pensando que la política se define por ideología, la ultraderecha ya ha comprendido que se gana por emociones. Y ahí es donde están venciendo.
Si los partidos tradicionales no empiezan a controlar también ese terreno -el del vacío que la vieja política ha dejado- no habrá dato ni razón que frene su avance. La pregunta no es si deben emocionar, es si serán capaces de hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
Comentarios
El malestar que sentís ojalá no haya impactado en vuestro voto, estamos a tiempo de que no cristalice en un cambio estructural.
Gracias por tus interesantes artículos.