Los helechos de mi madre
Veo los helechos y veo a mi madre. Cuando pequeño, no sabía que había helechos silvestres, que hubiese verdaderos bosques de helechos. Mucho menos que los hubiera tan cerca, en las propias Islas Canarias. En las islas verdes, claro. Para mí, no tenía sentido que existieran. Pensaba que el universo del helecho colgaba de jardineras en los patios canarios como el de mi casa. Allí, mi madre se jugaba la vida, encima de una silla, con una regadera en una mano y la otra llena de los restos de palmera que me había mandado a buscar a la que se veía desde la puerta principal de casa. En la tierra que cultivaba Miguel Díaz. Había otra palmera, en la carretera de Conil, en el enarenado de Cándido Borges, pero aquella se veía desde la parte trasera y era más alta, demasiado alta para que yo pudiera arrancarle de sus entrañas esos esponjosos restos de palmera.
- Escrito por MANUEL GARCÍA DÉNIZ






