La Geria, el lugar más natural del mundo hecho por el hombre
- MANUEL GARCÍA DÉNIZ
La Geria es tan impresionante que los propios expertos naturalistas del Gobierno de Canarias llegaron a nombrarlo parque natural en su primera declaración de espacios naturales de Canarias. Se olvidaron de que se considera natural todo aquello en lo que no participa el hombre en su construcción y no los espacios donde destaca la naturaleza y el equilibro por encima de todas las cosas. Corrigieron cuando se dieron cuenta de la supina estupidez, porque dejaban a los esforzados agricultores lanzaroteños del siglo XVIII y XIX a la altura de las bestias para dar por válida su calificación inicial. Al final, le dieron la calificación que se merece y tiene ahora: Paisaje Protegido de La Geria.
Sin la entusiasta participación de los lanzaroteños, ansiosos de recuperar su tierra más fértil, que quedó enterrada bajo miles de toneladas de lapilli expulsadas por las erupciones volcánicas a mediados del siglo XVIII, toda esa porción de terreno, que se extiende por cinco de los siete municipios de Lanzarote, hubiera sido simples montañas y extensiones de arena. Un desierto negro y desolador donde solo el tránsito por él sería pasto de la fatiga y el desánimo.
Caminar por La Geria
El pasado domingo, día 6 de noviembre, intento explicárselo a mi compañero de senderismo Fran J. Luis mientras nos desplazamos por los caminos y veredas del corazón de La Geria, en el valle comprendido entre las montañas Tinasoria y Guardilama, por el sur, y Diama y Chupaderos, por el norte. Fran es el compañero ideal para transitar espacios, no se queja y siempre agradece cualquier explicación. Tampoco insiste si ve que estás más por la contemplación reflexiva que por aportarle datos del lugar en el que estamos. Le digo que cierre los ojos, que se haga la idea de que una erupción volcánica ha cubierto de arena los pueblos y fincas que estaban en el lugar. Que piense en eso. Que interiorice la inmensidad del desastre natural, que clave su alma en el recuerdo negro de una población apabullada por la ira de un incansable volcán que se retuerce sobre sí mismo durante años. Y cuando esté convencido que eso es lo que hay fuera, que abra los ojos. Ese es el milagro. El trabajo cansino, diario, brutal, de hombres acompañados de bestias, de camellos, abriendo hoyos en la nada, cargando piedras en los camellos para hacer socos y enterrando esquejes de parras y árboles frutales, convencidos de que su tierra fértil aguantaría la exigencia bíblica. Y lo consiguieron. Transformaron un desierto negro y estéril en el principal vergel de Lanzarote. Que alcanza, además, en verano, con las peores temperaturas de la isla, su máximo esplendor. El verde sobresale del suelo, de los socos. Las formas circulares que se repiten hasta el infinito en el espacio han sido captadas hasta desde el espacio como uno de los lugares más sorprendentes del globo terráqueo.
Camino por La Geria, con Fran. Casi 15 kilómetros de paseo desde primera hora de la mañana. Subiendo desde el valle hasta las montañas, por El Tablero, observando a lo lejos, desde el impresionante mirador de la casa de los Pereyra, en la Montaña Tinasoria, cómo el turismo convirtió toda la costa reseca de Tías y Mácher en un refugio para residentes y turistas. Casas y más casas que parten desde las faldas de estas mismas montañas hasta el mar. La mirada al este y al sur nos hablan del Lanzarote del siglo XX y XXI. Pero, vuelves la cara, y te encuentras con la maravillosa realidad creada por nuestros antepasados. Más atrás, el volcán puro y duro, piedras y rocas que conforman un manto lávico impenetrable, que limita el mundo arenoso de La Geria y pone fin a las expectativas agrícolas de nuestra gente, que necesitaba de esas tierras para vivir.
Ahora los turistas llegan desde la orilla hasta el valle de la Geria. En busca de unos caldos excelentes, muy especiales. Llevan dentro gotitas diminutas del sudor de aquellos seres maravillosos y humildes que se enfrentaron a la inmensidad del desastre con estilo de hormigas y orgullo de elefantes. Vencieron. Y su obra permanece y se erige como ejemplo de agricultura heroica. Como sueño que brota del alma de los lanzaroteños que se imaginan a sus antepasados creando una obra de arte, en un inmenso lienzo negro, con sus manos rotas de tanto trabajar. La Geria somos nosotros. Una muestra de las personas del mundo que se resiste, que no se resigna, a ser insignificante porque esté encerrada en una pequeña isla perdida entre dos continentes, invadida por miles de otros hombres y mujeres venidos del resto del mundo.
En La Geria, entre podas, socos, rofe, parras, vino, hierbas y recuerdos, en sus caminos y veredas sientes un inmenso orgullo de ser descendiente de aquellas personas que ganaron su guerra particular, que conquistaron su tierra, sin pegar un solo tiro. A fuerza de fe, trabajo y constancia. Y así seguimos, una mañana calurosa de domingo de noviembre.