
Es una pena, pero es así. Ves a personas maravillosas que conquistan a la gente por su encanto personal, por su entrega, por su humildad, por su capacidad de servir y empatizar y alcanzan sus cargos soñados. Pero, paradójicamente, desde que toman el poder y se creen los reyes del mambo, se apoderan de ellos los diablillos incontenibles que llevamos todos dentro. Como si hubiesen estado fingiendo durante el camino para explotar como tales soberbios al sentar sus posaderas en el asiento público. La transformación es mucho peor cuanto más inmerecido ha sido el ascenso. Como si recelasen de todo el mundo por miedo a resbalar y acabar, de nuevo, en la casilla de salida.