A medida que van pasando los años, vamos ganando en recuerdos. Y también en pérdidas. Llegas, a este mundo, desnudo en todo. Sin ropa, sin recuerdos, sin vínculos, sin obligaciones, sin derechos. Y, entonces, empiezas a vivir. Con un llanto provocado por seres extraños, el primero de muchos, llegas a la vida. Y empiezas a sentir. A sentir que tienes hambre, que tienes frío, que te duele no sé qué, que quieres no sé cuánto. Y sientes que empieza el largo, a veces infinito, proceso del aprendizaje a ser persona. Que no es más que empezar a cargarte con la dura mochila que te vincule con el lugar en el que naces, con la gente que te trae al seno de su familia, que es tu familia. Ya se empieza a jugar con el idioma local, con la cultura local, con el rango que ocupan los tuyos en ese espacio físico que también es emocional.