
“¡Ya huele a piche!¡Ya huele a piche!”, me grita un viejo conocido, y un conocido viejo, que sigue atrincherado detrás de una mascarilla FFP2, como corresponde a un hombre de su edad y vulnerabilidad. Desde la otra acera, no sé si por precaución por la covid o simplemente por no entretenerse hablando de política, me avisa de la proximidad electoral de forma jocosa. Sabe él por propia experiencia que el piche es como el Vicks VapoRub para los políticos. Ese popular ungüento tópico mentolado cede en los candidatos a renovar plaza sus efectos al asfalto que se derrama en nuestras calles y que amenaza con llegar hasta las cocinas de las casas particulares, si eso es menester de su ocupante y lo acepta como contrapartida para dar su voto en la cita electoral. Creíamos que las autopistas tecnológicas y demás inventos nuevos iban a dejar fuera de combate estas cosas. Pero que va, nada de eso. El político ve aparecer la maquina con el asfalto derretido e inhala con gusto esos vapores. Sus fosas nasales se expanden y empiezan a sentirse mucho mejor, a respirar con mayor tranquilidad. Están convencidos, además, que ese olorcito a chicle requemado tiene efectos amnésicos en los vecinos. Que ya no cuenta nada lo que se ha dejado de hacer en cuatro años, que lo único que cuenta es hasta dónde llega la mancha negra y lo bonita que queda con sus rayitas blancas.