
El pasado 12 de abril se licenció la primera promoción conjunta del Cuerpo General de la Policía Canaria y las Policías Locales de Canarias. De los 110 agentes que ese día se graduaron, 23 eran mujeres y en mi intervención quise dirigirme a ellas de manera especial para valorar que, además de las responsabilidades propias del desempeño de sus funciones, tienen añadida una responsabilidad extra que tiene mucho valor e importancia: la de ser referentes visibles para muchas niñas y jóvenes canarias.

No se me olvidan las sabias palabras del maestro salinero lanzaroteño Modesto Perdomo en una de las proyecciones del documental poético ‘El tiempo de la sal. Tras las huellas de Víctor Fernández Gopar’, dirigido por la cineasta y escritora granadina Carmen Tortosa. Fue en 2018, en la localidad alavesa de Salinas de Añana, a 30 kilómetros de la ciudad de Vitoria - Gasteiz, en el coloquio abierto después de la visualización de este ensayo poético audiovisual sobre la vida y obra de Víctor Fernández Gopar (1844 - 1920), constructor de salinas, poeta popular y figura relevante de la literatura folklórica de Lanzarote y Canarias, cuando el maestro Perdomo, ahora ya jubilado con más de cuarenta años de trabajo a sus espaldas en Salinas de Janubio, dijo de forma idílica que el mejor obrero y aliado que había tenido a su cargo en la tarea de la extracción artesanal de sal era “el sol y el viento”, sin demeritar, por supuesto, el duro trabajo que han desempeñado decenas de mujeres y hombres a lo largo de más de un siglo ininterrumpido de producción.

La Central Sindical Independiente y de Funcionarios (CSIF), sindicato más representativo en las administraciones públicas, exige una bajada de las ratios y un refuerzo de las plantillas docentes, con especial atención a los profesionales de la Orientación Educativa en los centros educativos para prevenir situaciones de acoso escolar en los colegios e institutos.

La jornada del 20 de abril fue histórica para Canarias por varios motivos: fue algo más que un grito contra el actual modelo económico y turístico, fue un grito de empoderamiento social, un grito de reafirmación, de orgullo e identidad. Fue la exclamación del hartazgo colectivo frente a la pasividad de la clase política que ha dirigido el rumbo de esta tierra en los últimos cuarenta años.


Mácher gana un referente cultural con el descubrimiento del busto del insigne maestro que en un periodo corto de estancia, a comienzos de los años sesenta, supo conectar con los padres y alumnos para lograr que saltaran la barrera de los estudios primarios y optasen a ir a las enseñanzas Medias en Arrecife y posteriormente acceder a estudios universitarios. En los primeros decenios del siglo XX los índices de analfabetismo estaban cercanos al 70 %. En las islas de Señorío, los hacendados no veían con buenos ojos que los hijos de medianeros accedieran a los estudios pues les restringía el número de braseros para sus tierras. Por eso, la tarea del maestro no fue sencilla: convencer a los padres y a los propios alumnos que tenían un acceso fácil al mundo laboral. José María Espino nació en Guatiza, de padre zapatero, y realizó las enseñanzas Medias con gran esfuerzo. En el primer curso bajaba en bicicleta al centro de enseñanzas Medias en el curso 1947, ubicado en el Charco y su regreso lo hacía echando la bicicleta en una carrocería de un camión.


Si rectificar es de sabios hemos de otorgar esa sapiencia al grupo de gobierno del Cabildo de Lanzarote que no ha tardado en restablecer la arena como superficie de brega en el terrero de lucha Heraclio Niz. Vaya nuestra felicitación por ello. Mas no finaliza aquí el trabajo en pos de la reactivación del deporte vernáculo, que ha de ser apoyado con políticas activas que favorezcan el acercamiento de la juventud, sin distinción de sexo, a este deporte tan nuestro.

“(…) han puesto en marcha lo que el gran escritor italiano Umberto Eco, llamó la máquina del fango. Esto es, tratar de deshumanizar y deslegitimar al adversario político a través de denuncias tan escandalosas como falsas”.

Acostumbramos a celebrar o recordar el centenario de un gran acontecimiento mundial, los cien años del nacimiento o la muerte de ilustres pensadores, artistas, deportistas o la efeméride de cualquier personaje influyente de la vida pública, pero seguramente en nuestro fuero más íntimo y familiar tenemos fechas muy señaladas para conmemorar.

En el año 2006, Jorge Coll me llamó y me explicó su proyecto de televisión y me invitó a formar parte de una tertulia, que iba a dirigir también él, llamada "Café de periodistas". Le puse solo una condición y una advertencia: Solo pido que se me deje opinar con libertad, que pueda dar mi opinión libremente. Y le advertí: desde que me impidas dar mi opinión, no estaré ni un segundo más en tu programa. Aceptó. Y tenía su mérito porque no éramos, en ese momento, amigos, precisamente. Después de abandonar el Lancelot en 1988, fui quizás el ariete más entregado a la causa de Agustín Acosta de demostrar que, detrás de la imagen que vendían de sí mismos los hermanos Coll desde su semanario de ser gente progresista y de bien, se escondía un grupo mediático que facturaba cientos de millones de pesetas de las administraciones locales por diversos conceptos, arropados en su línea editorial de apoyo interesado a los grupos gobernantes. Aun así, me pareció interesante estar dentro de un proyecto mediático de envergadura donde se había invertido un capital importante, aunque fuera por parte de empresarios de cuestionada moralidad.