
Debo reconocer que ni tan siquiera el nombre sabía cómo era. Ni como se escribía. Ahora, de sopetón, abundan los Jonathan, los Yonathan o los Yonatan. Teóricamente, es lo mismo. O sea, tienen el mismo origen. Pero los nombres son los nombres. Y es el que es: ningún otro vale. Reconozco que era más fácil cuando todos nos llamábamos Manuel, Antonio, Juan, Pedro, Simón, Ricardo, Vicente, Bernabé, Jesús y parecidos. Y para simplificar, muchas veces Manolo, era el hijo de Manuel, nieto de “siño” Manuel y bisnieto de otro Manuel. Pero las cosas cambiaron primero para recuperar nombres guanches y aparecieron los Rayco, Ico y compañía y luego el “boom” turístico y demás movimientos de internacionalización de todo nos trajeron la introducción de nombres extranjeros, de otros idiomas y otras culturas. Pues el nuevo alcalde de Arrecife, un treintañero, lleva nombre proveniente de esas nuevas corrientes, que a lo aleja de los clásicos Juan y José de su abuelo y padre pero que lo acerca a su generación, al momento que le tocó vivir.