Madre no hay sino una (aunque tenga más de 80 años)

Miro a la octogenaria dolorida con pena. Intenta disimular su dolor pero llora desconsolada el desapego de su familia. Ya nadie recuerda las horas y horas que ella sacrificó para cuidar a sus hijos. Las miles de cosas a las que tuvo que renunciar a favor de ellos. Ella no quiere ser una carga ahora tampoco. Ve con tristeza cómo le dedican más tiempo a ojear/hojear folletos de residencias y quejarse de tener que ir a verla a su casa que darle el mimo y cariño que cualquier persona de cualquier edad necesita. Se siente cosificada, como si para aquellas personas que ella creó y por las que se desvivió a lo largo de su vida ya no la vieran como un ser humano. Ya ni tan siquiera aspira a que la vean como la madre, como la persona en la que se refugiaron cuando ellos eran los débiles, como la persona que les daba todo a cambio de nada. La deudora universal para sus caprichos y objetivos. Se conforma con que la que traten con el mismo respeto y consideración que les ve dispensarles a otros y a otras, ya sean conocidos o extrañas.
- Escrito por MANUEL GARCÍA DÉNIZ








