
Si queremos construir un mundo mejor, más equilibrado, más democrático, más justo, resulta preciso combatir dos de sus mayores lacras. Por un lado, la pobreza, que afecta a más de 3.500 millones de personas. Por otro, la riqueza extrema, creciente y mucho más concentrada en un número limitado de personas que cada vez atesoran más recursos económicos hasta niveles realmente obscenos: fortunas de más de 200.000 millones de dólares, como las de Zuckerberg o Bezos, o superiores a 400.000 millones, caso de Musk. Un panorama de absoluta desigualdad, que amenaza con ahondarse de mano de las extremas derechas y las oligarquías económicas que les apoyan, imponiendo desde los gobiernos programas que reducen o eliminan la protección social, incrementando las ya notables desigualdades; y que buscan, asimismo, desregular las relaciones laborales, incrementando las horas y días de trabajo e impidiendo la negociación colectiva y la acción sindical.