Después de años sin celebrarse, el debate sobre el estado de la isla se celebró a lo grande. A la altura de los egos de sus protagonistas, que están convencidos de que son las verdaderas estrellas del firmamento. Ya se les quedó chico el salón de plenos del Cabildo de Lanzarote para celebrarlos. Ahora tienen que irse al auditorio volcánico de los Jameos a cantarse las verdades, “tralará”, con sus mejores galas y con su ejército de voceros. Creen, son así de simples, que la reunión en pleno de los consejeros del Cabildo para analizar la realidad insular y proyectar sus soluciones se merece más marco que el institucional acordado para ello. Consideran una fiesta el reunirse y un acto trascendental lanzarse dardos envenenados los unos a los otros. Seguramente les importará un bledo descubrir las butacas vacías y el interés por sus intervenciones a mínimos históricos. Qué más da, ellos hablan para oírse ellos mismos. Les encanta su propio eco, tanto es así que apenas escuchan a alguien más. Y, a veces, ni ellos mismos se reconocen en esas pompas infladas hasta lo imposible. Y razón tienen de no reconocerse, porque muchos y muchas sólo leen lo que les escriben sus asesores. Y lo gritan con tanto entusiasmo como amnesia. Al minuto de leídos se les olvida y siguen a otra cosa.